Albertosi, Fachetti, Gigi Riva, Sandro Mazzola, Boninsegna, Gianni Rivera por Italia; Maier, Overath, Beckenbauer, Seeler por Alemania. Una reunión de jugadores extraordinarios en una cita cumbre de su carrera. La semifinal del Mundial de México de 1970. Solo podía suceder algo prodigioso.Ocurrió, pero cuando casi nadie ya lo esperaba. En el minuto 94 Italia ganaba 1-0 y su banquillo había comenzado a celebrar la clasificación para la final en la que ya esperaba Brasil.Pero justo en ese momento llegó el empate de Schnellinger que condujo el partido a la prórroga más excitante y angustiosa que se recuerda en la historia de los Mundiales, una sucesión de goles entre dos equipos exprimidos físicamente, ahogados por la tensión, por el calor de México y por sus 2.400 metros de altitud. En esas condiciones -con los futbolistas al borde del desmayo jugando a espasmos-,los treinta minutos extra se convirtieron en una sucesión de navajazos, de errores groseros y de instantes de lucidez genial que ha pasado a la historia del fútbol como uno de sus grandes episodios.

Italia resucitó al tremendo revés que había supuesto el gol de Schnellinger en el descuento para conducir el partido a la prórroga. Fiel a su tradición histórica, el equipo vivía en torno al debate permanente de si Mazzola y Rivera, geniales ambos, líderes del Inter y Milan respectivamente, podían jugar juntos.Debates más antiguos que el fútbol. Feruccio Valcareggi, el seleccionador, no se atrevía a juntarles por detrás del maravilloso Gigi Riva, el legendario delantero que renunció a abandonar el Cagliari de sus amores por alguna de las inimaginables ofertas que le llegaban de los grandes de Italia. Los románticos soñaban con un «tridente» ofensivo que formasen Mazzola, Rivera y Riva, pero aquellos eran los años duros del «catenaccio», de Helenio Herrera y de Nereo Rocco, el principal ideólogo de aquella corriente. Valcareggi había inventado la «stafetta», una siniestra idea que consistía en que Mazzola y Rivera se repartirían durante el Mundial los minutos de forma equilibrada.O jugaba uno o el otro, nunca juntos. Si el interista era titular en un partido, el milanista lo era el siguiente. Años después los propios protagonistas admitieron que aquello respondía a una orden de la Federación Italiana, que arrinconada por los grupos de presión de los dos grandes equipos,había tirado por la calle del medio para evitar que el problema se hiciese más grande.

En aquella semifinal el cambio se había producido en el descanso cuando Italia ya gestionaba la ventaja conseguida en el minuto 8 por medio de Boninsegna. Mazzola había dejado su sitio a Gianni Rivera, el «bambino de oro», uno de los mayores talentos de la historia del fútbol en aquel país.Pese a la renuncia evidente a parte de su talento, Italia llegó al minuto 94 de la selección por delante de los alemanes. Pero la desesperación germana condujo a Schnellinger, el lateral derecho, a buscar un centro en el área rival. Albertosi, que había firmado un partido extraordinario, no pudo evitar el remate a bocajarro. Tras la celebración el defensa alemán se cruzó con Gianni Rivera, su compañero en club lombardo, que le espetó «cuando vuelvas a Milán te volamos el coche».

A los italianos les costó encajar aquel mazazo.Mientras esperaban el comienzo de la prórroga nadie se atrevió a hablar. Solo bebían agua y trataban de digerir aquel trago imposible. La pesadilla se tornó en tragedia cuando Müller marcó el 1-2 para Alemania en el minuto cuatro de una prórroga que los dos equipos plantearon a la desesperada, sin precauciones. «Jugamos con la fuerza de los nervios»explicaría a la conclusión Rivera.

Los germanos tampoco estaban para muchas fiestas pese a la ventaja que habían cobrado en el marcador.Beckenbauer había sufrido una luxación en el hombro poco antes del final del tiempo reglamentario cuando Alemania ya había realizado los dos cambios permitidos entonces.Se negó a salir del campo pero hubo de disputar toda la prórroga con el brazo pegado a su cuerpo, con el movimiento muy limitado. «Un héroe», tituló al día siguiente la prensa alemana en sus portadas junto a la foto del doliente defensa.

Italia,que tenía a varios jugadores con problemas para respirar por culpa de la altitud y de su afición al tabaco,igualó en el minuto 98 por medio de Burgnich y en el último minuto del primer tiempo de la prórroga Gigi Riva puso por delante a los de Valcareggi tras un gran remate dentro del área de Maier.A la desesperada Alemania se fue en busca del empate y lo encontró a falta de diez minutos en un saque de esquina que remató de mala manera Müller. El balón superó a Albertosi y entró con la mirada cómplice de Rivera que se encontraba en la línea de gol y apenas movió un dedo.El portero italiano estalló contra su compañero y le echó una bronca fenomenal que encontró una respuesta extraordinaria del milanista: «Tranquilo, ahora voy y marco otro». Dicho y hecho. Italia sacó de centro con parsimonia.Toquetearon el balón en el medio y Facchetti se lo envió al costado izquierdo a Boninsegna,un jugador que aún guardaba energía en su depósito.El interior aceleró y dejó tirado como un muñeco a Vogts. Dio el pase atrás y Rivera apareció en el punto de penalti para colocar el balón a contrapié de Maier, que se lanzó hacia un imposible. 4-3. Los compañeros se comieron a besos al milanista y a partir de ese momento resistieron los últimos nueve minutos el acoso final de los alemanes.

Apenas se jugó en ese tiempo. Lo impidieron las interrupciones y el agotamiento en medio de aquella caldera que era el estadio Azteca. Italia ganó la prórroga más grande que han vivido los Mundiales aunque empezó a perder la final contra Brasil. El cansancio y la «stafetta» fueron un aliado más de la irrepetible selección de Brasil.