Absjorn Halvorsen fue la primera estrella que conoció el fútbol noruego. Un jugador precoz, aventurero, que a los diecinueve años ya había hecho campeón de su país al Sarpsborg (el equipo de su ciudad natal), clasificando a su país para los Juegos Olímpicos de Amberes y que a los veintiuno se subió a un barco para instalarse en Hamburgo con la intención de aprender alemán y trabajar en Sloman, una importante naviera. No pensaba aparcar el fútbol, pero tenía claro que encontraría un equipo donde jugar. Pensó hacerlo primero en el Altona, con el que comenzó a entrenar, hasta que un compañero de la empresa le vio y le presentó a un dirigente del HSV Hamburgo que tras asistir a un partido le dijo «¿cómo es posible que un jugador con esa habilidad no esté con nosotros?».

En un par de conversaciones solucionaron el asunto y Halvorsen entró a formar del mejor equipo de la ciudad. La llegada del nórdico dio paso a la primera gran etapa del Hamburgo. Centrocampista ofensivo y excelente pasador, Halvorsen formó una sociedad única con Tull Harder. Era un delantero alemán de metro noventa, con una fortaleza física enorme y capaz de chocar contra una pared sin inmutarse. Se entendían de maravilla dentro y fuera del campo pese a ser personalidades diametralmente opuestas. Más serio Halvorsen, más vividor Harder; de izquierdas el noruego, de derechas el alemán. Pero nunca fue problema para que construyeran una intensa amistad que se tradujo en el terreno de juego en forma de títulos. El Hamburgo fue campeón de Alemania en 1923 y 1928 (sus dos primeros entorchados nacionales) con esta pareja como gran protagonista.

La llegada al poder del nazismo a comienzos de los años treinta supuso un punto de inflexión en la vida del equipo. El Hamburgo, como la mayoría, se entregaron a la nueva ideología. La esvástica se adueña del estadio. Halvorsen se siente incómodo en aquel ambiente. Pero en el vestuario hay otra sensibilidad que representa como nadie Harder. Veterano de la Primera Guerra Mundial, en la que fue condecorado con la Cruz de Hierro por su valentía, el corpulento ariete es un exponente perfecto de esa parte de la población que se sentía traicionada por los acuerdos del Tratado de Versalles con el que se cerró el conflicto.

Halvorsen decidió que había llegado el punto final de su carrera en el Hamburgo y también como futbolista. En 1934 se subió a un tren y abandonó Alemania. Harder, su gran socio dentro del terreno de juego, llegó a tiempo de despedirlo en la estación tras cruzar la ciudad a toda velocidad porque creía que saldría en barco y no en tren. Promesas de verse pronto, de escribirse, de mantener el contacto y la amistad que había nacido en las filas del club germano.

De vuelta a casa Halvorsen se hizo cargo de la selección noruega de fútbol a la que condujo en 1936 a la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Berlín. Era su regreso al país donde había triunfado como futbolista y lo hacía a lo grande. Los nórdicos lograron una histórica victoria sobre la anfitriona Alemania, con un molesto Hitler en la grada. Aquella fue una de las grandes sorpresas del torneo olímpico.

Noruega completaría sus años brillantes con la clasificación de la selección para el Mundial de 1938, algo que ese país no volvería a lograr hasta sesenta años después.

Pero los tiempos estaban a punto de cambiar para Noruega y para Halvorsen. En 1940 se produjo la invasión de los alemanes que se mantendrían en el país hasta casi el final del conflicto. La antigua estrella del Hamburgo no dudó en ponerse al frente de la resistencia que se organizó en el país. Desde su posición ejerció la oposición como buenamente pudo. Promovió el boicot a las competiciones que impulsaron los invasores y tomó decisiones polémicas como la de impedir a Josef Terboven, el hombre que Hitler situó al frente de Noruega, a sentarse en un palco en el lugar que le correspondía a la familia real noruega, exiliada durante el conflicto en Inglaterra.

La actividad de Halvorsen no se quedó ahí. También participó en la publicación de artículos en panfletos y octavillas. Pero la Gestapo le encontró en el lugar donde se editaba una de estas publicaciones y fue arrestado el 6 de agosto de 1942 y conducido a un campo de prisioneros.

Mientras tanto, la vida de Tull Harder era radicalmente diferente. Entró a formar parte del NSDAP (el Partido Nacionalista Obrero Alemán) y cuando Europa entró en ebullición por el ánimo imperialista de Hitler se unió a las SS. Ya no podía combatir por su edad, pero fue encargado de otro tipo de tarea. Como segundo teniente participó en la organización de los campos de concentración de Sachsenhausen, Neuengamme, Hannover-Stöcken y Ahlem.

Tras pasar un año detenido en Noruega, Halvorsen fue enviado a Alemania donde inició un peregrinaje doloroso por diferentes campos a los que sobrevivió de manera milagrosa. Resistió gracias a su fortaleza, pero también a que se le liberó de alguna tarea gracias al peso que tenía su nombre. Muchos de sus carceleros no eran ajenos a que aquel rubio que no dejaba de perder peso era una leyenda que había dado gloria al Hamburgo.

El noruego lo pasó especialmente mal durante su estancia en Vaihingen donde a la mala nutrición y al trabajo se unieron otros

problemas en forma de enfermedad como la neumonía o el tifus. Halvorsen bajó hasta los cincuenta kilos y su vida corrió verdadero peligro. Le salvó un traslado a Neuengamme donde encontró mejores condiciones y la ayuda de la Cruz Roja, que se había empezado a hacer cargo de algunos campos ante la inminente caída de Berlín. Solo un par de semanas antes, Tull Harder había abandonado su trabajo en Neuengamme. De haber permanecido allí se habría producido un encuentro traumático para ambos exfutbolistas.

De vuelta a casa, Halvorsen relató su calvario en la prensa: «Pasar hambre es peor que cualquier otra cosa. Era insoportable y se nos ocurrieron las soluciones increíbles para aliviar nuestro dolor. Un par de veces cuando estaba enfermo, me sentía tan deprimido que estaba a punto de rendirme, pero ganó la voluntad de vivir. Luego las cosas comenzaron a avanzar. ¡Los presos noruegos murieron heroicamente! Nunca vi a ninguno de los otros prisioneros morir con tanta tranquilidad como los noruegos. ¡Nunca pensé que los humanos podrían volverse tan fuertes», explicaría en una entrevista.

Tras recuperarse de muchos de los males contraídos en su cautiverio, en Noruega se hizo cargo de la Federación de su país y regresó a Alemania para participar en 1951 en las eliminatorias clasificatorias para el Mundial que se disputaba un año después. El partido se jugaba en Hamburgo donde nadie le había olvidado. Herberger,el legendario seleccionador alemán, le pidió disculpas por el trato recibido durante el conflicto. Hubo una cena posterior al partido en el que Hamburgo rindió tributo a su héroe. Nunca se supo si ahí se produjo el añorado reencuentro con Harder. El alemán venía también de unos años complicados. Tras la guerra fue juzgado y condenado a diecisiete años de cárcel de los que cumplió únicamente cuatro. Se consideró que su papel había sido menor dentro del entramado de las SS.

El 16 de enero de 1955, Halvorsen fue encontrado muerto en una habitación de hotel en Narvik. Había estado participando en diferentes reuniones con funcionarios del norte de Noruega. Los años en los campos de concentración de Hitler habían pasado factura y su débil estado físico había dicho basta. Solo un año después moriría en Hamburgo Tull Harder, su socio dentro de un campo. Tan cerca de él en el fútbol, tan lejos fuera.