A lo largo de la historia Boca Juniors y River Plate se han visto las caras en 246 partidos oficiales. Su rivalidad ha dado pie a toda clase de historias y ambos han protagonizado duelos que ya están en la historia del fútbol. Uno de los más célebres tuvo lugar hace más de cincuenta años, con el título en juego. Un partido que tuvo como protagonista a un árbitro singular llamado Carlos Nai Foino, autor de una frase que pasó a la historia del fútbol.

El 9 de diciembre de 1962 Argentina se preparaba para vivir uno de los superclásicos más determinantes de la historia. Boca Juniors y River Plata se enfrentaban en la penúltima jornada empatados a 39 puntos. Quien ganase tenía el título en el bolsillo y el empate abocaría la resolución del campeonato a un partido de desempate entre ambos. Un nuevo cara a cara que iba camino de los libros de historia del fútbol argentino.

Días antes de que se disputase el partido del que todo el mundo hablaba el presidente de la Federación Argentina, Raúl Colombo, llamó a Carlos Nai Folino a su despacho para comunicarle que había decidido designarle para dirigir aquel partido. Hijo de un famoso árbitro de los años 20', Nai Folino era un tipo singular pero al que no se podía discutir su personalidad. Comercial de profesión, hincha de Independiente como llegaría a confesar años después, exquisito en las formas, pero con un carácter muy fuerte que le llevaba en ocasiones a hablar de más e incluso a protagonizar algún episodio algo bochornoso como cuando sentó de un puñetazo a un futbolista después de una airada protesta.

Durante una agradable charla en el local de la Federación Colombo le explicó al colegiado que los presidentes de Boca Juniors y de River Plate le estaban volviendo loco en relación a la designación arbitral. Ambos tenían sus preferencias y sobre todo sus objeciones a una serie de candidatos a llevar el silbato en el duelo cumbre. Nai Folino, que era uno de los pocos sobre los que existía un cierto consenso, solo puso como condición elegir a los jueces de línea que le acompañarían, potestad que habitualmente correspondía a los encargados de las designaciones. El presidente de la Federación le dijo que tenía absoluta libertad y el árbitro soltó una de sus habituales sentencias: «Quédese tranquilo Colombo. Voy a ir con Vicino y Miculka y todo va a salir bien».

Como suele suceder con uno de esos clásicos inolvidables, Buenos Aires convulsionó con el partido que iba a resolver el campeonato de ese año. Muchas horas antes del encuentro los accesos a La Bombonera estaban bloqueados por los hinchas de ambos equipos, que convivían en aparente paz, y las emisoras argentinas, que habían encontrado un filón en las transmisiones en directo, organizaron programas de horas de duración sobre el decisivo clásico. Salieron a la venta algo más de cuarenta mil entradas, pero se calcula que había más de cincuenta mil.

Los acontecimientos se sucedieron con rapidez. Solo se llevaban catorce minutos cuando el partido vivió su primera acción decisiva con Nai Folino como protagonista. Amadeo Carrizo, «el hombre que reinventó el puesto de portero» como les gusta decir a los aficionados de River Plate, derribó al brasileño Valentim dentro del área y el árbitro señaló sin dudar el punto de penalti. El propio Valentim se encargó de lanzar la pena máxima para poner a Boca por delante.

De ahí al final del partido River Plate tuvo el control del partido en busca del empate que al menos le diese la esperanza de jugar el duelo de desempate. Boca Juniors solo quería que el reloj corriese lo más deprisa posible e interrumpir el juego de los millonarios. No escatimaron medios. Hubo jugadores especialmente implicados como el Cholo Simeone (el primero, que nada tiene que ver con el actual entrenador del Atlético de Madrid), Silvero que perseguía a Artime por todo el campo u el brasileño Orlando que eligió marcar a su compatriota Delem, del que era gran amigo. Pero sobre La Bombonera no había amistades que valiesen. Lo mató a patadas hasta el punto de que las dos familias, inseparables hasta entonces, tardaron años en volver a hablarse.

Pasaba el tiempo y la presión para el árbitro era cada vez más grande. El partido se interrumpía constantemente, se jugaba poco y se pegaba demasiado. El Pipo Rossi, leyenda de River y entrenador en ese momento, se las tuvo tiesas con Nai Folino. El ambiente era cada vez más irrespirable hasta que pasado el minuto 85 llegó uno de esos instantes que cambian la historia del fútbol. En una jugada confusa entre Simeone y Artime, el jugador de River Plate se fue al suelo. El árbitro dudó solo un instante y señaló el punto de penalti entre los gritos histéricos de la grada y las protestas encendidas de los jugadores xeneizes: «¿Qué cobrás, qué cobrás?», le gritaba Simeone. «El penal que le hiciste al nueve cobré», respondió ligero el árbitro.

El lanzamiento se demoró por las quejas y las artimañas de Antonio Roma, el portero de Boca que iba y venía por el área. El encargado de lanzarlo será Delem, siempre era él. El brasileño, un tipo que era pura bondad, tomó carrera y ejecutó el tiro sin levantar la vista. Roma, que recordaba un lanzamiento anterior del brasileño, dio un descarado salto hacia adelante y se tiró a la derecha. Hacia allí fue el disparo del brasileño que había elegido el lado natural. Roma rechazó el disparo y luego pegó un manotazo a la pelota en dirección a saque de esquina.

Se agarró a la red de su portería mientras el estadio se caía en pedazos y después se fue a consolar a Delem que se había quedado hundido en el punto de penalti mientras sus compañeros de River se lanzaron como posesos a por Nai Folino. El árbitro recibió mil protestas y reproches porque entendían que Roma se había adelantado de forma descarada. «Tenés una oportunidad Nai Folino. No se vaya del arbitraje así, hágalo patear de nuevo», le decía Artime. Otros no eran tan diplomáticos. Pero el árbitro soportó las quejas de un modo estoico. Desde su casi metro ochenta y cinco de altura y sus más de cien kilos, las protestas le hacían poca mella. Y en medio del alboroto incluso se permitió reprender a los jugadores de River Plate con frases que quedaron para la historia del fútbol: «Basta de llorar, penal bien pateado es gol. Les doy un penal en la cancha de Boca, faltando cinco minutos, se juegan un campeonato, lo patean como el orto y lo quieren patear de vuelta. Aire, aire, que empiezo a expulsar. Basta de llorar, aire. Penal bien pateado es gol», insistió.

El partido se reanudó y Boca cuidó el 1-0 para dejar prácticamente resuelto un campeonato que ganarían unos días después tras imponerse por 4-0 a Estudiantes en la última jornada. El desconsuelo de los jugadores de River Plate fue gigantesco y en el barrio de La Boca se desató una fiesta que duró días enteros. Nai Folino se retiraría poco tiempo después como una de las grandes personalidades que había dado el arbitraje argentino aunque desde entonces para la hinchada de River Plate es uno de los personajes malditos de su historia.

Ese «penalti bien pateado es gol» permanece en la memoria de los aficionados como una de las grandes máximas del fútbol.