Resulta paradójico comprobar que, viviendo uno de los momentos más dulces y gloriosos de la historia de la selección española, en el reciente Informe Sobre Migración en el Baloncesto Internacional se habla de la ACB como la liga dentro del ámbito FIBA con menor proporción de jugadores nacionales (únicamente un 28%) en sus plantillas.

Nuestras más talentosas estrellas ocupan posición importante en la NBA, mientras que la clase media española lucha por sobrevivir como cupos de formación, en una competición que acoge a multitud de comunitarios y pasaportes cotonú. En el siglo XXI, el baloncestista nacional se ha convertido en una especie en peligro de extinción.

Pero no siempre fue así. Tomando como ejemplo el mundo del celuloide, cada producción requiere de un completo elenco de «secundarios» que rodeen a las estrellas de la película para garantizar su éxito en la cartelera. Y hubo un tiempo en que la planificación de los equipos de la ACB se basaba en esos principios.

Estudiantes, club de cantera por antonomasia, siempre ha defendido la validez del talento nacido en nuestro país. Para explicar este hecho, os invito a volver a la década de los 80. En aquellos años, el club del Ramiro de Maeztu se iba a convertir en serio aspirante por la parte noble de la clasificación gracias a unos excepcionales americanos (Pinone, Russell y más tarde, Winslow) apoyados por un núcleo de «currantes» patrios que cumplían su cometido partido tras partido.

De entre esos jugadores nacionales hoy quiero destacar a dos inolvidables «secundarios» del equipo colegial, Carlos Montes y Pedro Rodríguez.

Carlos Montes ha pasado a la historia como un especialista de categoría. Apoyado en un físico privilegiado, Montes se convirtió en un maestro en el robo de balón ejerciendo perfectamente el rol de «perro de presa» frente al mejor atacante del rival. Sus contundentes mates finalizando los contraataques estudiantiles también permanecen en la memoria de los más veteranos. En sus últimos años en Estudiantes, Carlos ejerció de tutor de un jovencísimo Alberto Herreros que estaba predestinado a erigirse líder de la plantilla colegial. Montes prosiguió su respetada y extensa carrera en Sevilla, Granada y Cáceres. Colgó las botas sin separarse de una cancha de baloncesto hasta que un desgraciado accidente de tráfico puso fin a su vida hace cinco años.

Por su parte, Pedro Rodríguez era más un tipo duro. Rocoso y fajador, el pívot llegó a Estudiantes de las categorías inferiores del Real Madrid, convirtiéndose en inseparable y fiel escudero de John Pinone a lo largo de una década. Rodríguez, fiero e incansable reboteador pese a su limitada estatura (2,02 metros), asumía la dura misión de bregar con el mejor interior del contrario. Pedro tuvo la suerte de estar presente en los años más gloriosos del Estudiantes, ganando una Copa del Rey y contribuyendo a la histórica clasificación a la Final Four de la Euroliga. Rodríguez extendió su carrera a pleno rendimiento hasta alcanzar 15 temporadas al máximo nivel en la ACB.

Estos dos «secundarios» son una perfecta muestra de la valía del jugador nacional en nuestra liga. La imagen de «Saltamontes» y «Pedrolo Picapiedra» (como les coreaba la Demencia) enfundados en la equipación amarilla del Estudiantes Caja Postal poniendo contra las cuerdas al Madrid de Fernando Martín permanece en la memoria colectiva de quienes tuvimos la suerte de disfrutar con un baloncesto de otra época.

La Peque - Columna

¿Sabías que Estudiantes, Real Madrid y Joventut son los tres equipos que siempre han jugado en la primera división del baloncesto español?