Donald Trump bebe la misma Coca-Cola que tú, y esta nivelación democrática se traslada al fútbol enlatado. En el minuto ocho del clásico más vacío de todos los tiempos, Madrid y Barça seguían empatados, pero con dos goles suculentos y similares en su estructura.

El Madrid se estrenó en el desierto Camp Nou con un tanto brindado o blindado por Benzema, que ni Valverde podía fallar, y que sobre todo me obliga a borrar las líneas que pensaba dedicar al exceso de músculo congregado por Zidane. No se habían acabado las repeticiones del gol blanco en blanco, cuando el recuperado Alba aportó otro pase inteligente a la carambola de Ansu Fati.

Esta marea de dianas no tendría continuidad hasta una hora después, cuando Sergio Ramos selló un penalti porque cabe preguntarse si el Madrid cuenta con algún jugador distinto del andaluz decorado de soldado de Salamina. Los madridistas solo han ganado un partido de ocho sin su central.

Antes y después de los cuatro goles, habituarse al graderío hueco es más sencillo que aceptar que ninguna jugada parece hoy completa si no incluye un pase de tacón, generalmente frustrado. También asombra contemplar al Barça holandés por la procedencia de su técnico, de De Jong y de Dest, empleando pases más verticales que las líneas de nuevos contagios del coronavirus. Esta herejía se interrumpe en cuanto Busquets o Messi devuelven el balón a la horizontalidad. No todos los lectores habrán reparado en que es la primera vez que se escribe un artículo sobre el Barça en que el astro argentino solo asoma en la línea cincuenta. Este atraso no deliberado confirma que el diez ha entrado en la nueva normalidad obrera.

Los puristas recriminarán las referencias continuas a la vaciedad del escenario. Argumentarán quizás que la espantada del público en vivo se corrige con la suscripción masiva a los canales de pago. Pueden preguntar en Francia, donde esperaban tres millones de clientes catódicos en la liga y han reunido una décima parte. Los espectadores definen el espectáculo, los futbolistas están de relleno.

A cambio de la desertización, los sociólogos del balón determinarán si la liberación de los exigentes espectadores entrega a los jugadores a una despreocupación al estilo inglés. Este mismo sábado, Barça y Madrid. Sin espectadores se juega más deprisa. Se liberan los instintos, aunque la velocidad multiplica la imprecisión de Vinicius en aplicación del principio de incertidumbre de Heisenberg. También Benzema demostró en la primera media hora que no sabe correr y rematar a la vez.

Zidane mantiene en su LinkedIn la marca de no haber perdido nunca contra el Barça como entrenador. Ha ganado por tres a uno la moción de censura que pesaba sobre su cabeza, y también ha decidido la que amenaza a Bartomeu.