Muchas veces criticamos a esos clubes que, año tras año, renuevan la plantilla. Eso implica dar de baja a varios jugadores, algunos con contrato, para incorporar a otros nuevos. Entonces nos sale decir que es difícil que la afición se identifique con sus jugadores y que es complicado que esos jugadores sientan el club o incluso la ciudad.

También criticamos a esos clubes que hacen contratos largos a sus jugadores, contratos altos que impiden su salida a otros clubes que no pueden pagarlos. Esto suele pasar con jugadores que pertenecen a equipos que han sido campeones de todo o casi todo, lo que elimina ese hambre por ganar otra vez, por ser el mejor. Y que, aunque los jugadores cada vez están mejor preparados físicamente y se cuidan más, la edad también pasa factura a todos.

El hecho de ganar suele implicar renovaciones al alza de los contratos de esos mismos jugadores y, por supuesto, el entrenador con el que se consiguen esos éxitos también sigue porque no hay motivo para cambiar. Así se acomodan las plantillas, el hambre va desapareciendo porque no debe ser fácil mantenerlo y los equipos envejecen. Y el entrenador que debe poner las pilas a esos jugadores es el mismo con el que se consiguieron tantos éxitos. Es como si ese entrenador le debiera algo a esos jugadores que le llevaron al éxito y eso hace que este siga manteniendo al mismo grupo, mantenga la confianza en los mismos a pesar de que ya dejaron de ganar o el rendimiento dejó de ser el mismo.

Parece decisión errónea que sea el entrenador con el que se consiguen los éxitos el encargado de renovar esa plantilla en el momento en el que se detecta esa falta de hambre o acomodamiento. Pero claro, ¿cómo cambias de entrenador en ese momento de éxito?

Todos conocemos algún ejemplo de entrenador que se marcha por decisión propia justo en el momento de máximo éxito. Toman esa difícil decisión de irse porque piensan que no conseguirán ser los mejores otro año más si no renuevan al equipo y ellos no se ven con fuerza moral para cambiar a alguno de esos jugadores con los que consiguieron ser los mejores. O simplemente es imposible hacerlo por la importancia que tienen esos jugadores en el club o en el sentimiento de la afición. O por sus contratos.

Pero es curioso que, cuando esto se produce, el nuevo entrenador que llega viene con un áurea de que él va a ser capaz de meter en vereda a esa plantilla, que con él volverán a ganar porque los va a poner a trabajar y que será capaz de hacer jugar a otros jugadores que llegan y que están pidiendo paso. Pero la realidad es que después, con el nuevo entrenador vuelven a jugar los mismos y nada cambia. Bueno sí, cambia ese nuevo entrenador que dura dos telediarios y es cortado en cuanto pierden tres partidos para fichar a otro entrenador que cae en la misma trampa y siguen jugando los mismos y, claro está, tampoco dura mucho. Así se entra en un bucle de cambio de entrenador cada temporada pero siguen jugando los mismos jugadores aunque sin conseguir alcanzar el éxito nuevamente.

Todo esto, que todos vemos desde fuera como aficionados, supongo que también lo verán los que están dentro del club. Pero es evidente que no debe ser nada fácil tomar la decisión de renovar ese equipo cuando se detecta el acomodo o que se 'envejece' el equipo. Ahora es imposible que esa renovación la pueda hacer el entrenador con el que ganaron. Tampoco con el nuevo. Debe ser la dirección deportiva respaldada por el club quien debe gestionar y dirigir ese proceso. Y no vale con fichar algunos jugadores nuevos. Hay que dejar de contar con algunos de esos magníficos jugadores con los que alcanzaste la gloria para que los nuevos tengan la oportunidad de jugar y demostrar si son capaces de llevarte a ganar. Hay que acertar con quien traes, evidentemente, pero antes hay que acertar con quien no debe seguir.

Es una decisión muy desagradable, no cabe duda. Pero no existe otra fórmula. A no ser que asumas caminar junto al declive de esos jugadores y esperar a que ellos se retiren asumiendo que no ganarás nada durante ese camino.