El fútbol modesto recupera el aliento. Poco a poco, con todas las medidas de seguridad y aún en pleno descenso de una segunda ola que en la provincia ha resultado más mortífera que la primera.

Volvió la afición a las gradas de los estadios de Segunda B o Tercera, después de nueve meses de destierro pandémico. Ya veremos para cuándo veremos público en La Rosaleda, en encuentros no continentales dentro del Carpena o en esos conciertos y festivales aplazados.

Regresa ese elemento indispensable para el deporte, como es el calor de quien hace suyos unos colores. Porque no hay nada más postizo, digan lo que digan, que esos cánticos enlatados durante las retransmisiones de estos últimos meses.

Siempre se ha recurrido a ese tópico de que en televisión «todo es mentira». Pero el coronavirus, además de arrebatarnos a seres queridos y allegados (convivientes o no), ha reducido al abonado a la mínima expresión posible.

Somos píxeles cromáticos impresos en cartón. Seguro que más de uno ha identificado su posición en la grada del estadio, durante cualquier partido liguero, y se ha sentido humillado al comprobar que su avatar es bastante más rubio o moreno.

Está además ese otro deporte nacional conformado por millones de coleccionistas en sus más variadas modalidades. Porque se empieza con los cromos y luego hay quien termina por acaparar embarcaciones a motor.

De aquellos recreos escolares donde alguno aparecía con el álbum liguero a falta de un jugador para completarlo, las anécdotas son innumerables. Había quien estaba dispuesto a dar un ojo de la cara y medio del siguiente si tenías en tu taco de futbolistas su preciada pieza.

A veces te encontrabas con cromos de un mismo jugador que parecían ser diferentes por culpa (digo yo) del proceso en imprenta. Como esos avatares del graderío, resultaban más rubios o morenos por aquello de la carga de tinta de cada edición o tirada.

¿Dónde acabarán nuestros clones? ¿A qué contenedor azul serán enviados? ¿Serán finalmente folios reciclados donde estampar la firma del próximo fichaje? ¿Serán la carpeta colegial donde estampar cromos del ídolo del equipo rival? No me parece serio.

Deberíamos exigir una segunda vida para los aficionados de cartón que a diario observamos por televisión. Que sean de ese material no quiere decir que tengan el corazón de piedra.

Ya dediqué líneas a la dureza de ciertos balones. Fue hace justo una semana. No quiero ni imaginar qué pasaría si se jugase en la elite con balones Mikasa y de un zapatazo mal apuntado terminase uno impactando en esos avatares inertes.

Podríamos luego reclamar en las taquillas del club: «Mire, sí. Lo que usted quiera. Pero no ha visto cómo han dejado la grada baja de ese fondo. ¿Ahora con qué cuerpo vuelvo yo a mi asiento cuando nos permitan a los abonados ocupar nuestras localidades?».

El Málaga CF no está para que se le reclame nada. Los daños morales han sido durante años infinitos. La pandemia era lo que le faltaba. O todo lo contrario, como bien dice nuestro querido y admirado Manolo Gaspar. La enfermedad del Covid-19 ha llegado a Martiricos en plenas maniobras para reflotar el buque.

Para cuando otros intenten enmendar la zozobra por culpa de las pérdidas millonarias arrastradas durante este año, en la sala de máquinas de La Rosaleda se estará en disposición de repartir jurisprudencia.

Faltan ocho días para que el Gordo reparta alegrías en medio de tanta ruina. Y otros tantos para contarle las horas a un año para olvidar. No son tiempos de reclamaciones. Lo sé. Pero hay que buscarle una segunda vida a esos clones de cartón. Han aguantado con estoicismo duelos acalorados, noches muy gélidas y hasta soporíferos partidos. Qué menos que un digno reciclado y todos los honores.