Como no hay mal que cien años dure ni afición que lo resista, el Unicaja cambió de rumbo, al fin, y conquistó una victoria tan necesaria como justa ante el Lucentum Alicante. Más de un mes después de su última alegría –11 de febrero en Valladolid– y dos meses y pico más tarde del último éxito en el Martín Carpena –14 de enero–, el Unicaja se ganó los aplausos con los que su generosa afición suele despedir a los doce de turno cada vez que suena el bocinazo final. Cambió, decía, el rumbo. Y lo hizo, como suelen suceder estas cosas, por creencia. El Unicaja quiso ganar. Y punto. Lo deseó con más ímpetu con el que lo hizo en la última etapa. Por supuesto, también con más que el Lucentum. Le puso más arrestos. Más alma. Y más calidad, porque la tiene. Y con fe entran hasta esas canastas inverosímiles que antes se salían, que se iban al limbo, que se estrellaban contra la frustración propia, como la de Augusto Lima, en el último cuarto, con +14 ya para los verdes. Dio en el aro, subió, Lima se revolvió y entró.

Querer es poder. Y ahí está la defensa malagueña para demostrarlo. Que no me cuenten milongas. Cinco jugadores queriendo defender como posesos suelen cumplir el objetivo. Y de ahí llegan robos de balones y rebotes y contragolpes y puntos fáciles. Cuando se sale a pista con paraguas, como se ha hecho en demasiadas ocasiones últimamente, pues te suele caer un chaparrón del carajo. Te mojas e incluso puedes ahogarte, como le ha sucedido al Unicaja de Chus Mateo.

El Unicaja de Luis Casimiro salió a pista dispuesto a pelear con el agua, con el viento, contra rayos y contra truenos. Y ganó, claro que ganó. Por convencimiento. El Lucentum tampoco puso demasiados impedimentos, todo sea dicho. Pero también eran peritas dulces algunos de los últimos rivales verdes y el Unicaja acabó siempre empapadito, chorreando.

El punto de inflexión vivido ayer fue muy positivo. Algunos de los jugadores que no han estado para la causa en las últimas semanas dieron ese esperado y solicitado «paso al frente». Salieron del escondrijo... al fin. Y el que no lo hizo fue porque, simplemente, no da para más. Ahí está el claro ejemplo de Rowland. El hombre ni jugaba bien con Mateo ni lo hizo con Casimiro. Pero no es porque no quiera en esta nueva etapa. Sino porque sus limitaciones son evidentes. No está para dirigir un equipo de elite. Freire opositó ayer de urgencia para volver a vestir de verde la próxima campaña si al «búlgaro» le da por continuar en Málaga.

De principio a fin, la victoria malagueña fue plácida. Jamás llegó a ir por delante el cuadro de Txus Vidorreta. No lo hizo nunca en todo el encuentro. Freeland, con un alley oop de inicio, bautizó ese cambio drástico que vivimos apenas 8.000 personas en el Carpena. El inglés, el primero. No hubo rodillo, porque el Unicaja, todavía, no puede hacer magia. Al tiempo. Le dio, eso sí, para manejar la situación. Con ventajas cortas al principio que crecieron y menguaron dependiendo del cinco que Casimiro situara en pista.

Con su cinco inicial de blanquitos la cosa le fue bien (12-4). Las rotaciones igualaron el electrónico, pero no fueron óbice para que el Unicaja pronto pusiera una ventaja más que «aseada», en torno a los 10 puntos. Y por esas aguas mansas navegó, al acorde de trompetas y tambores de un fondo, con sonidos añejos, que volvieron al Palacio: 33-24, 52-42, 61-45...

Ese violín de tres cuerdas que revitaliza Casimiro sonó ayer divinamente. No está para dar conciertos en el Royal Albert Hall de Londres. Ni tan siquiera en el Liceu de Barcelona, pero tras tanta penitencia, buenos son pan y agua. Hay una semana para no desentonar en el Teatro Real de Madrid.