­En un momento indeterminado, hace más o menos unas tres semanas, alguien encendió el interruptor en el vestuario y el Unicaja ha dado un cambio notable, ampliando sus recursos tácticos, superando sus bajones en los partidos, dando un brutal paso adelante, barriendo en los últimos cuartos a rivales de caché y plantándose a las puertas de la Copa del Rey en su mejor momento del curso. Cinco victorias consecutivas, el récord en la «era Plaza». El equipo miedoso, timorato y con una pinta bastante chunguilla de diciembre ha salido abruptamente del cascarón. Casi sin avisar, tras la decepción del debut del Top 16 ante el Baskonia, el Unicaja ha cambiado el vestuario al completo. Aprovechando las rebajas se ha puesto de punta en blanco. Y, ahora sí, de una forma rotunda, las piezas comienzan a cuadrar y encajar.

El Unicaja jugará la Copa del Rey de Málaga por méritos propios. Algo que no se consiguió el pasado curso, que sí logró Chus Mateo el anterior, pero que tampoco fue posible en los dos anteriores. Y lo hace siendo cabeza de serie, al igual que hace dos temporadas. Y ése es motivo de alegría. El objetivo mínimo es ése, pero cuando venimos de donde venimos, urge y apremia darle valor.

Porque el Unicaja acabará la primera vuelta de la Fase Regular en la tercera o en la cuarta plaza. Ahora es cuarto, empatado con el Barça, y con una victoria más que el Herbalife Gran Canaria, la víctima de ayer en el Carpena, y a la que le saca 94 puntos en el average.

La sensación que transmitió ayer el Unicaja es que, en su increíble crecimiento, ganó cómo y cuándo quiso. Me dio la impresión de que saltó a pista aún con la adrenalina en las venas que desprendió el partidazo ante el Fenerbahce. Y que luego, con 38-22, sintió que era la hora de bajar el nivel tras el exigente duelo en menos de 48 horas. No pareció perdido ni fuera del encuentro, como ocurrió ante el CAI. Fue una siesta controlada y que, llegado el momento, hasta se descontroló (48-50). Pero tras pasar el diván de Plaza y los dos minutos de banquillo entre el tercer y último cuarto regresó el ciclón, el rodillo, el implacable Unicaja. El nuevo Unicaja, con el interruptor encendido, las ideas fluyendo y el Carpena ardiendo. Parcial de 16-2 (de 48-50 a 64-52) con triples bien lanzados, tras mover la bola.

El Unicaja ha pasado de sufrir a elegir. De dudar a asestar. De ir de víctima a pasar a cuchillo a todo aquel que ose plantarle cara. Ha sido brutal el cambio. Tan inesperado como agradecido. Porque los tropiezos en San Sebastián y Santiago, el gatillazo ante el CAI o el desplome contra el Laboral Kutxa no apuntaban a nada bueno.

¿Quién o quiénes le han dado al click para que la luz se encendiera? Ya hubo buen juego al principio del curso, con grandes resultados. Pero luego el equipo entró en penumbra. En un camino abrupto que parecía conducir a un precipicio tras lo del Baskonia. Pero, salvado el estreno terrorífico de este 2014, el Unicaja luego no ha vuelto a perder. Todo lo contrario.

La aparición de Toolson ha sido una liberación en ataque (lo de su nivel defensivo hay que arreglarlo sí o sí), porque libera a todos y genera espacios en la zona que aprovechan Stimac y ayer incluso Hettsheimeir. El proyecto va reclutando jugadores en su misión de convertirse en un equipo de verdad. Dragic pega bien con todo el que tiene al lado. Ayer Plaza le metió en el partido tardísimo, en el minuto 13, y entró frío, hasta que se despertó en el último cuarto. Ahí mandó e hizo que Orenga no pensara en Bellas para la selección, después de que Toolson le diera muchísimas facilidades atrás.

De nuevo Granger ha recuperado la chispa y el brillo, corriendo, penetrando y sin abusar del bote en estático. Suárez lo mismo te defiende a Savanovic en Estambul, a Preldzic en el Carpena o a Nacho Martín, el líder en estadísticas en la pasada ACB, todos más altos que el espigado alero. Kuzminskas va entrado. Poco a poco. Sabonis dio la talla en su vuelta al equipo. Y Urtasun -desacertado y precipitado ayer- y Vidal comienzan a entender cuál es su nuevo rol. Que no es sencillo. Hasta Caner-Medley regresó ayer por sus fueros en un último cuarto en el que se asemejó al del arranque de temporada, decidido, capaz, intenso y aportando ocho puntos en el cuarto de la verdad, en el que aparecen los jugadores hechos de otra pasta.

Moviendo los hilos, detrás, Joan Plaza parece haber encontrado ya la comunión ideal. Falta para llegar a la perfección, algo a lo que sólo puede aspirar el Madrid, porque no hay que olvidar que hay nueve caras nuevas, además de él y su asistente Antonio Herrera, y los procesos siempre tardan en cuajar. Pero aquí no hay grandes estrellas, no existen los egos y así es más fácil conjuntar y conjugar para que el equipo suene como tiene que sonar y juegue como aspira a hacerlo.