Se acabó el sueño. Fue bonito mientras duró. Pero el Olympiacos de El Pireo, con un majestuoso Vassilis Spanoulis, acabó ayer con cualquier esperanza de alargar la Euroliga en Málaga más allá de este Top 16 que ya agoniza. Los cuartos de final europeos son, desde hoy, una quimera para el Unicaja. Es verdad que matemáticamente habría todavía una opción, pero la combinación de resultados que se necesita es, en dos palabras, «im»-«posible».

Lo de anoche en el Carpena era un pierde-paga. No valía otra cosa que no fuera sumar para unos y otros. Los verdes quisieron, pero con voluntad solo no fue suficiente. El Olympiacos ejerció de lo que es, del vigente bicampeón continental. Se puso su traje de faena en el primer cuarto y luego ya lució el de gala el resto del partido. Su superioridad fue, desde luego, insultante. Nada que objetar, aunque el arbitraje volviera ser ciertamente «dudoso».

Hoy es un día triste para el Unicaja. Aunque siendo objetivos hay que reconocer que tiene mucho mérito haber llegado hasta aquí y haber luchado cara a cara con Fenerbahce, Panathinaikos o este propio Olympiacos, teniendo menos recursos, menos historia y menos respeto institucional que cualquiera de ellos. Lo que pasa es que el Unicaja lo ha tenido tan, tan, tan cerca hasta hace solo un par de semanas que duele que se escape así. Y más, después de perder dos partidos seguidos en el Carpena que hubiesen supuesto en caso de triunfo el pase virtual por segunda vez en la historia para el play off, antesala de la mismísima Final Four.

El rival llegó sin Perperoglou y sin Printezis, pero se encontró con la mejor versión de su mega-estrella. Si alguien se preguntaba por qué el Barcelona estaba dispuesto el verano pasado a gastarse tres millones de euros en él, ayer seguro que lo entendió. Vassilis es un crack. Un jugador capaz de ganar por sí mismo un partido. Llevó el ritmo que quiso, repartió juego, corrió cuando hizo falta, frenó cuando su equipo lo necesitó, se fue hasta los 20 puntos anotando desde el 6,75, en penetración, sobre la bocina... lo suyo fue un auténtico clínic.

En el Unicaja, sin embargo, las tres bajas hicieron mucho daño. La veteranía de Vidal, curtido en mil batallas tan exigentes y decisivas como la de ayer, la puntal amenaza desde el 6.75 de Hettsheimeir en la rotación interior y, sobre todo, la clase de Nik Caner-Medley se quedaron ayer en un rincón del banquillo de Plaza sin posibilidad de aportar. Y sin ellos, el equipo se resintió ante un grande entre los grandes.

El Carpena tampoco ofreció la imagen del día del Barça. Pero no es menos cierto que los que fueron, casi 6.500, se dejaron el alma animando al equipo desde el principio hasta casi el final. Lo que pasa es que cuando no puede ser, no puede ser... y además es imposible. Y ayer se vio que era imposible desde demasiado pronto.

Las cuentas ahora son poco más o menos que las de la lechera. El Unicaja debe ganar la semana que viene en el OAKA al Panathinaikos y el último día al EA7 Milán, en el Carpena. Además, necesita que el Olympiacos lo gane todo (para que no entre en ningún empate múltiple) y que el Panathinaikos pierda todo lo que les queda y el Fenerbahce al menos dos de los tres. ¿Imposible?, no. ¿Probable?... tampoco.