Durante años, la «guerra fría» en tre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética sirvió de inspiración al cine en Hollywood para que la industria del celuloide sacara a las pantallas cientos de películas de espías, acción y alto voltaje. La KGB rusa siempre aparecía en el papel de malos. Una red oscura, sobornable y que campaba a sus anchas contra la población civil rusa, mucho más sobre la americana. En ocasiones, sin embargo, la realidad y la ficción se dan la mano. No están demasiado separadas. Y, como muestra, el extraño suceso que sacudió a la familia de uno de los protagonistas del encuentro de hoy, Sasha Kaun.

Alexander Olegovich Kaun nació el 8 de mayo de 1985 en la ciudad siberiana de Tomsk. Se crió en el seno de una familia acomodada. Su padre Oleg tenía un buen trabajo. Un gran trabajo. Era jefe de programación de uno de los bancos más importantes de toda Rusia. Oleg llevaba varios días raros en casa. Le había confesado a su mujer, Olga, que habían tratado de acceder al sistema informático del banco para robar dinero. Oleg apareció muerto en el garaje de casa. Aunque, oficialmente, se comunicó que se suició por inhalación de gas, lo cierto es que estaba en una postura poco natural. Su familia siempre ha defendido que no tenía motivos para quitarse la vida y que alguien le asesinó.

«Aquello fue difícil. Difícil para mi madre y duro para mí», recuerda Kaun en una entrevisa a la Euroliga, hace sólo unos cuantos meses. «En ese momento, yo probablemente no me di cuenta de lo difícil que era perder a alguien así. En cierto modo todo fue un shock para nosotros y sin duda afectó a parte de mi crecimiento y tuve que crecer bastante rápido», confiesa el pívot, que por entonces tenía sólo 13 años y que nunca había jugado al baloncesto.

Su madre Olga quiso buscar una oportunidad para su hijo y, a los 16 años, reunió dinero para mandarle a estudiar a Estados Unidos. Sasha no hablaba ni una palabra de inglés. «Definitivamente fue difícil para ella dejarme ir, y duro para mí, irme siendo un joven de 16 años a otro país, a otro continente, y estar lejos de casa, sin saber realmente dónde iba y sin saber hablar nada de inglés», narra.

Kaun cambió la congelada Siberia por la soleada Florida, en la «Florida Air Academy». Y allí, el espigado muchacho descubrió un deporte llamado baloncesto durante la clase de educación física. «El profesor de la escuela me preguntó si me gustaría probar, yo dije que sí, y así es como empezamos», recuerda Kaun. «Fue un largo camino el que pasé para poder llegar a donde estoy ahora».

Kaun aprendió rápidamente. Su gran cuerpo asimilaba los conocimientos a una velocidad sensacional. Y sus centímetros llamaron la atención de las mejores universidades americanas. Las prestigiosas Duke, Michigan State y Kansas llamaron a su puerta, y Kaun eligió Kansas, donde estudió, como su padre, Ingeniería Informática. «Cuando yo crecía con mi padre siempre estaba rodeado de ordenadores y ésta es una forma de recordarle», dice. Con Kansas disputó la Final Four de la NCAA, proclamándose campeón.

Fue drafteado en 2008 con el número 56 por los Sonics, aunque sus derechos ahora son de los Cavs. Y él se marchó, tras acabar su periplo universitario, de vuelta a casa, a Moscú, reclamado por el CSKA y por Ettore Messina.

Kaun, internacional, ha ido creciendo cada año. A la sombra del serbio Krstic, esta temporada es el pívot referente del potentísimo club ruso. Este curso promedia en Euroliga 13 puntos, 7 rebotes y 19,3 de valoración en 20:21 minutos.

«Definitivamente estoy esperando que él (su padre) se sienta orgulloso de mí. Ya sabes, porque yo no esperaba estar donde estoy en este momento, y todo esto es sólo algo extra que ha pasado en mi vida», admite Kaun, que confiesa: «Estoy muy, muy agradecido por ello, y muy feliz».