­Quizá el problema sea nuestro, no del equipo. Quizá, acostumbrados a ver a este Unicaja pelear contra cualquiera, ante rivales que le duplican y hasta triplican el presupuesto en Euroliga, perder ante el Anadolu Efes nos parezca una desfachatez intolerable; acostumbrados a ver al Unicaja en lo más alto de la clasificación, líder en solitario siete años después, con dos triunfos más que el Real Madrid y tres más que el Barça, todos pensamos que se va a ganar, casi le exigimos al Unicaja ganar. Sea donde sea, en Moscú, en Berlín (donde cayó el Barça la semana pasada) o en Estambul. Da igual el sitio, el lugar y el rival. De hecho, nos sentamos ante la tele convencidos de que nos vamos a merendar al Efes de Draper, Heurtel, Perperoglou, Janning, Saric, Bjelica, Lasme o Krstic porque tras una primera mitad tan colosal, tan increíble, tan maravillosa, todos barruntábamos una paliza, una exhibición, un empacho de éxito. Un «pim, pam, pum».

Pero luego pasa lo que pasa. Ya lo vimos en Berlín y en Limoges o en casa ante el CSKA o el Olympiacos. Y desde anoche, también en Estambul. El Unicaja se caricaturiza. Se arruga. Se ablanda. Deja de ser agresivo. Deja a un lado todo lo bueno que ha hecho. Se empeña en errar, en disparar a ciegas, en saltarse las normas, las estrictas reglas que proclama Joan Plaza. Un Plaza que tampoco acierta desde el banquillo, que no ofrece las soluciones esperadas o deseadas, que no para el partido, que se olvida de jugadores que parecían importantes...

Hago una pregunta en voz alta. ¿Algún jugador de este Unicaja, así a pelo, tendría cabida en la rotación de 7-8 hombres de Dusan Ivkovic en el Anadolu Efes? Yo tengo clara mi respuesta... Uno, sólo uno: Fran Vázquez. Porque el posible segundo jugador -Jayson Granger- estuvo ayer lejos del nivel del exmadridista Draper, mucho mejor que el uruguayo, más vivo, más certero y acertado al final.

Jode perder mucho así. Fastidia muchísimo ver el partido ganado, con 17 puntos de ventaja (25-42) y luego tirarlo todo por la borda, tras siete triples turcos en el tercer cuarto, una desesperante falta de recursos al final, más allá de la aparición milagrosa de Stefansson, que de tener el partido perdidísimo (67-59) nos metió en la pelea: 68-67.

Mientras alguien me demuestre lo contrario, me quedo con el gen competidor de este Unicaja. Me quedo con eso. Olvídense de lo que había pasado en los primeros 37 minutos de partido. Faltando tres, sólo tres, el equipo estaba 69-68. En el Abdi Ipecki, ante el millonario Efes, ante un equipo fabricado para luchar por el Top 8, el Unicaja llegó con vida hasta el final. ¡¡¡Otra vez!!! Es cierto que las decisiones que se tomaron fueron calamitosas. A mí me hubiera gustado ver en esos minutos otras caras, otros jugadores y otra definición. Dio la impresión, además, de que la zona de Plaza llegó tarde, que algo se debía haber hecho antes para cambiar la dinámica de un partido que pedía a gritos que sucediera algo... más allá del derecho al pataleo con la protesta final al árbitro griego Christodolou por un tiempo muerto que ni daba ni quitaba. Lo peor de la derrota es la cara de «gili...» que se te queda. Lo peor es que que comenzar el Top 16 con un balance de 0-2 obliga ahora a ganar, sí o sí, a Milan y Fenerbahce en el Carpena. Y lo peor es que analizando los antecedentes, viendo los últimos acontecimientos y los resultados deparados en Euroliga, parece irreal creerse que el Unicaja vaya a ganar 9 de las próximas 12 citas.

Una victoria en nueve partidos

El Unicaja sólo ha ganado uno de sus nueve últimos partidos de Euroliga. Uno de nueve. No sale victorioso en Europa desde finales de noviembre. Y así, con esos registros, es imposible pensar en estar con los más grande. La cuestión es: ¿Es lícito aspirar a eso? Por supuestísimo que sí. Porque el Unicaja ha demostrado que es un equipo, que nombre a nombre no es temible, pero que es competidor en bloque y que ataca en manada. Sí, claro, todos sabemos que falta un «matador». A Toolson le falta para serlo y Vasileiadis está lejos de lo esperado. Aspirar a algo más vale muchísimo dinero, y el Unicaja no lo tiene. Y Plaza, además, no lo quiere. O eso dice. Prefiere ser un equipo, no quiere lobos solitarios.

Esa sintonía perfecta, esa melodía colosal del primer tiempo, debe ser el camino. Fue impresionante ver la armonía del Unicaja. Su defensa, su ataque. Fue una pasada ver jugar ayer al equipo así de bien: intenso, agresivo, vertical, con las ideas muy claras, sabiendo qué hacer en cada momento, qué debilidad atacar del Anadolu. Pero tras los 17 puntos de ventaja llegó el descanso y el Unicaja, de camino al túnel de vestuario, se metió en un lugar oscuro que le llegó a la oscuridad.