Joan Plaza no quería eso, no había pintado esa jugada. Por eso, cuando Carlos Suárez lanzó con toda la convicción del mundo ese triple, con 75-72, y ese balón rebotó varias veces en el aro y salió escupido como si una fuerza superior no quisiera que entrara, se echó las manos a la cabeza. Miró a su pupilo, al hombre del play off, al que más «huev...» le había puesto en toda la serie, y le gritó mientras negaba con la cabeza. Suárez comenzaba a entender entonces el alcance de lo sucedido. Entonces ya no importó el triple anterior, el de Juan Carlos Navarro, que se pasó seis segundos clavado en la zona, y luego se liberó del marcaje de Markovic para anotar de tres. Navarro, siempre es Navarro. Qué bueno es el condenado, hasta «enterrado».

Por eso, con el partido ya «muerto», con Doellman yendo a lanzar tiros libres, antes de que Granger intentara una prórroga imposible (77-74), Suárez seguía abatido, cabeza agachada, manos en las rodillas, encorvado el cuerpo, el alma fuera del Palau, el espíritu ido, la mirada rota, junto al banquillo, buscando el cariño y la cercanía de su equipo.

No perdió el partido el madrileño Suárez. Ni mucho menos. Si no fuera por él, el Unicaja probablemente no hubiera forzado el cuarto partido de la serie. Mucho menos el quinto en el Palau. Y si no hubiese sido por su liderazgo, llevando el equipo a lo más alto, transmitiendo su energía, su inagotable carácter ganador y luchador, nada de esto hubiese sido posible. Nada de nada...

Suárez, de hecho, ha sido elegido en el «quinteto» de las semifinales. Tuvo los arrestos de jugarse esa bola. Tuvo la confianza y la fe, fue la extensión del equipo en la cancha, en el Carpena y ayer en el Palau Blaugrana, donde el Unicaja salió perdedor. Pero yo les digo que no. Que el Unicaja ha ganado estos play off, que el Unicaja ha conquistado estas semifinales. No pelearemos con el Madrid en la final. La ACB descansa a gusto -pasos de Tomic y zona de Navarro incluidos- y podrá vivir intensamente su Real Madrid-Barça en la final. Que les aproveche a los «futboleros».

Pero el Unicaja ha recuperado su ADN y le ha transmitido a toda la ciudad que el baloncesto sigue vivo en Málaga, que el Unicaja, con Joan Plaza como capitán general, está arriba de nuevo. Este equipo, estos 12 jugadores, nos han hecho creer de nuevo. El Unicaja ha tenido literalmente «acojona...» a un Barça que salió el domingo de la pasada semana de «presuntas» vacaciones a la Costa del Sol y que regresó con miedo, temor y susto a resolver esta eliminatoria.

Y ese cambio de escenario, ese respeto, lo infundó el Carpena. El Barça salió de Málaga diciendo en sus círculos internos que era «imposible» ganar en el Palacio de los Deportes ante 10.000 almas. Y esas 10.000 criaturas estuvieron representadas ayer por 59 aficionados y un cámara de televisión que trasladaron ese espíritu aquí a Barcelona.

El Unicaja no ha perdido. No, no, no lo ha hecho. Ha vuelto a ilusionarnos a todos, y eso no tiene precio ni título en vitrina alguna. El equipo provocó que el Barça estuviera contra las cuerdas los 40 minutos del encuentro -ayudas arbitrales al margen- y se mostró erguido, recto y orgulloso ante toda Europa, pendiente de este quinto partido. El Unicaja fue lo que ha sido todo el años: guerrero, inconformista, batallador, incansable... Falló el rebote, esa arma clave en esta serie. 40 para el Barça (¡19 en ataque!) y 32 (sólo 7 en el aro rival) del Unicaja. Ahí estuvo el partido, más allá de esos seis segundos en la zona de Navarro en el triple que mató al Unicaja, que le echó de la ACB y de la gran final.

Ese «Málaga, Málaga» que oyeron a través de sus televisiones o de sus radios, o por internet, representa el espíritu mismo de este equipo, de este club. El Unicaja se dejó ayer la final en el Palau, pero recuperó crédito, invirtió en el futuro, llenó de nuevo de ilusión y de verde esperanza a una «marea verde» que tiene que seguir creyendo en este equipo, en estos luchadores.

Hizo todo lo que tenía que hacer el Unicaja para alimentar su sueño. Desde el minuto uno de partido. No hubo un momento en el que los verdes se dejaran ir, no hubo tiempo para dejarse llevar. En su guión estaba escrita la necesidad de estar en el partido, de meterle presión al Barça. Y lo cumplió a pies juntillas, con un trabajo, como siempre coral, capitaneado esta vez por Jayson Granger, que tuvo, lógicamente, alteraciones en el guión.

Los cajistas mandaron siempre (9-16) y no dejaron al Barça ponerse por delante. Aunque primero Navarro (18-20) y tras un nuevo estirón (19-26) el joven Hezonja mantuvieron a los blaugrana (32-32, a 2:44 del descanso). El sueño seguía vigente, a golpe de canasta, de pundonor y de orgullo, al descanso: 35-37. Luego tocó remar, porque Tomic dominó (54-49). Pero el Unicaja combatió (57-57), como siempre. Y siguió peleando (68-61), para igualar con un mate de Fran: 72-72, a 35,7 segundos. Lo tuvo, lo tuvimos, nuestra cuarta final. Pero en la última jugada, Navarro anotó de tres, solo, tras seis segundos en la zona, tras liberarse de Markovic, que fue a la ayuda con Tomic y dejó a La «Bomba», a 19,4 segundos. Suárez tuvo lo que hay que tener para jugarse un triple que no entró. Como el de Ansley... Y lo demás, ya es historia. Volvemos sin la final, pero henchidos de orgullo.