­El Unicaja de Joan Plaza, el que ha logrado traer de nuevo la alegría y el entusiasmo al Martín Carpena, el que ha devuelto la ilusión a la afición malagueña en los dos últimos años, se ha caracterizado por grabar a fuego en su ADN un espíritu de superación encomiable. El Unicaja ha destacado por agarrarse a los partidos, a todos los partidos, por sufrir, por no dar nunca una batalla por perdida, por no tirar la toalla, por competir hasta las últimas consecuencias, hasta el bocinazo final. Puestos todos estos argumentos sobre la pista, luego decidía la calidad.

Hemos visto en el Unicaja cómo, en los dos primeros años del entrenador catalán en Málaga, el talento de Vassilis Spanoulis, de Milos Teodosic, de Rudy Fernández, de Juan Carlos Navarro y de otras estrellas del panorama baloncestístico nacional y europeo ha podido tumbar a un Unicaja que se había mantenido siempre inasequible al desaliento. Que lo luchaba todo, que lo peleaba todo. Con peor o mejor fortuna.

Pero el Unicaja 2015/16 ha perdido ese ADN que Joan Plaza imprimió en el equipo y que tanto gusta y se aplaude en el Carpena, que tanto ha entusiasmado a una afición que el jueves volvió a pitar, años después, a su equipo. Por su nula actitud, por dejarse ir, por no defender el escudo, por sentirse inferior y no dejarse la vida en la pista. El Carpena perdona la inferioridad técnica, pero se muestra implacable con el que no es capaz de vaciarse defendiendo a su equipo. Y hacia ese factor ha degenerado este nuevo proyecto del Unicaja. Sin norte y sin carácter.

El Unicaja de esta temporada no transmite buenas sensaciones, su balance de victorias y derrotas enseguida alerta de que hay algo raro que está pasando (19 triunfos y 17 tropiezos entre Supercopa, Liga Endesa y Euroliga). Y hay otro factor más que es muy llamativo y que deja ver a las claras que este Unicaja en nada se parece al de las anteriores campañas. Las derrotas abultadas, por más de 10 puntos. Fiel reflejo de todo lo expuesto. De que el Unicaja se va del partido, se deja ir, tira la toalla y no compite. De las 17 derrotas que ya se han encajado, ocho (más de la mitad) se han producido por una desventaja de más de 10 puntos. Una barbaridad.

Joan Plaza, en muchas de sus comparecencias de la pasada temporada, siempre explicaba que ningún rival les sacaba de la pista, que el equipo perdía, cuando lo hacía, por rentas pequeñas. Y llevaba toda la razón.

En su primer curso en Málaga, en 2013/14, el Unicaja sólo perdió ocho partidos por más de 10 de renta (ver la tabla adjunta). En la segunda temporada del Plaza al mando del equipo, el Unicaja repitió esta estadística: sólo ocho partidos perdidos dentro de esa horquilla. Y la primera no se produjo hasta el 22 de enero, en Moscú: 101-74. De hecho, la mayoría llegaron justo al final, dos de ellos, en el play off de semifinales contra el Barça, en los dos primeros partidos del Palau: 91-60 y 91-70.

Lo de esta temporada es inaudito. Ya en la final de la Supercopa, en el segundo encuentro de la temporada, el Unicaja mostró su doble cara tras haber ganado antes fácil al Madrid, pero al sucumbir por 62-80. Y, a partir de ahí, ha firmado una multitud de descalabros a domicilio: Bilbao (88-70), Bamberg (73-53), Las Palmas (98-65), Valencia (81-70) y Belgrado (87-73). En casa unió dos tropiezos más por más de esos 10 puntos, ante el CSKA Moscú (76-88) y la del pasado jueves, contra el Loko Kuban (64-82). En total, ocho derrotas por más de 10.

Lo más penoso es que el Unicaja ya ha cosechado las mismas derrotas que en toda la temporada, cuando apenas ha sobrepasado el ecuador de la temporada. Los cajistas han disputado 27 partidos, mientras que el año pasado llegaron a jugar 68 y el anterior, 66. Lo dicho, un Unicaja sin su ADN.