Con cuarenta y cuatro años todavía soy joven. Bueno, eso creo. Todavía me queda mucho por vivir, muchas experiencias que tener. Seguro que la vida me reservará noticias buenas y alguna mala también. Lo que ya he gastado es el día más feliz de mi vida. Y es que no hay nada comparado a lo que sentí el pasado jueves 2 de noviembre. Esta fecha queda marcada en mi corazón. Este día no se me olvida.

Cuando me desperté estaba cagado de miedo. No quería ni cruzarme con Ana, vaya a ser que ella se diera cuenta. Supongo que ella también tendría miedo, no lo sé bien. Pero yo tenía absoluto pánico. Me duché y me fui a hacer los recados que tenía, a matar el tiempo. Cualquier cosa menos estar delante de ella y que me viera muerto de miedo.

Lo de la sala de espera fue letal. ¡Joder, qué lentos pasaban los minutos! Encima va con retraso. En la pantalla aparecen las iniciales de Ana y de un salto entramos en la consulta. Cuando la doctora te da la noticia es el momento en el que te das cuenta de qué es la felicidad, una sensación difícil de describir pero que te hace sentir diferente, especial. Todos los resultados del análisis patológico son negativos. Ana está curada. Haces un esfuerzo por no llorar de felicidad, intentas controlarte y mientras la doctora examina el pecho de Ana y estás sólo no paras de leer el diagnóstico del informe patológico que estaba sobre la mesa. Ausencia de metástasis. ¡Qué bonito suena!

Al salir de allí miras la cara de Ana y comprendes que todo lo que ha luchado, lo que hemos luchado, ha merecido la pena. Pero ya no te quieres acordar de estos ocho meses. Sólo quieres reír y abrazarte fuerte.

Cuando me quedé solo en el coche para ir a Marbella ya sí que fue imposible contenerme. Llamé primero a mi madre y luego a la madre de Ana. El nudo que tenía en la garganta no me dejaba emitir sonido. No me salían las palabras. Supongo que ellas se dieron cuenta de que la emoción no me dejó expresarles que Ana por fin estaba curada. Estaba frito por colgar y llorar de felicidad. Mira que he llorado veces en estos meses (eso sí, siempre solo) pero ahora mis lágrimas eran distintas. Lloraba de alegría. Conducir estos cincuenta y cinco kilómetros me sirvió para olvidar todo lo que hemos pasado. No quiero que se quede nada en mi memoria. Sólo quiero disfrutar viendo feliz a Ana. Sólo quiero ser feliz con ella. Eso sí, me quedo con todo lo que he aprendido de la vida en este tiempo.

Esa tarde estuve en el mejor entrenamiento desde marzo, para mí claro. Y lo fue porque lo disfruté como un enano, porque pude reírme con mis jugadores, concentrarme solo en baloncesto. Por fin se fue esa sensación que me hacía querer acabar de entrenar para ir a casa con Ana. El entreno se me hizo corto porque me divertí (ya era hora) haciéndoles defender, viéndoles pasarse la pelota.

Llegué a casa tarde, como siempre cuando hay entreno. Ana estaba dormida. Disfruté de mi cena tanto que me pareció un manjar de estrella Michelín. Y es que cenar con esa sonrisa en el rostro hace que todo sepa mejor. Mientras cenaba leía los mensajes de whatsapp de mis amigos, los comentarios al post de Ana en el que cuenta la buena noticia sin borrar de tu cara la sonrisa. Lees todos, de personas que conoces y de las que no conoces también. Lo que nos ha ayudado la gente es increíble. Pero es que hasta dormir fue distinto. Pude dormir de un tirón, algo que parecía que se me había olvidado, que ya jamás conseguiría. Pues sí, descansé como un bebé. Lo que no logré es que Gabo, nuestro perro, no me despertara a las ocho de la mañana, pero eso es una guerra imposible de ganar.

Ahora empezamos la radioterapia y seguro que después habrá otro ciclo del protocolo de curación que tengamos que pasar. Pero ya nada es igual. Ya todo lo miramos con otro ánimo porque esa sonrisa no se nos borra de la cara a ninguno de los dos.

Nos queda celebrarlo. Y cuando lo hayamos celebrado, celebrarlo otra vez. Y no dejar de celebrarlo todos los días del resto de nuestra vida. Hacerlo a solas y con todos vosotros también. Sí que os digo que da lo mismo cómo lo celebremos, lo que hagamos no importa ni dónde vayamos o lo que nos pase. Será imposible igualar el día más feliz de mi vida.