En la década de los 80, el marketing y la televisión ponían al consumidor en una continua diatriba a la hora de realizar sus elecciones. Todo se basaba en establecer rivalidades antagónicas, ante las cuales había que hacerse fiel a los valores que representaban las marcas (por ejemplo, para elegir un simple refresco de cola), tu artista musical favorito (podías ser de Michael Jackson o Prince) e incluso en el cine tenías la obligación de identificarte con uno u otro personaje (Rocky Balboa o Apollo Creed). La mercadotecnia de la NBA asumió perfectamente ese modelo y se expandió mundialmente gracias a la rivalidad Lakers-Celtics que elevó a sus protagonistas, Magic Johnson y Larry Bird, al Olimpo del baloncesto.

Mientras esto ocurría, el interés por la Liga ACB seguía creciendo tras los éxitos de la selección española, permitiendo que sus equipos más relevantes pudieran incorporar a los extranjeros más destacados que antes habían recalado en la todopoderosa Lega italiana.

Precisamente en Treviso había un jugador convertido en objeto del deseo de los dos grandes del baloncesto nacional y fue Salvador Alemany, directivo culé y alma máter de la sección de basket, el más listo para hacerse con su fichaje. La incorporación de Audie Norris iba a cambiar la dinámica perdedora del Barça. Tras el regreso de Fernando Martín de su breve experiencia americana, los blaugranas tenían su antítesis perfecta para enfrentarse al 10 del Madrid.

Vista la rivalidad que se iniciaba, la propia Liga ACB alimentó el duelo más encarnizado que jamás haya sucedido en las canchas españolas. Fernando siempre citaba a Audie como su oponente más duro, por encima de los gigantes de Europa del Este (Sabonis, Thachenko o Vrankovic) de la época. El fragor de sus enfrentamientos los unió para siempre, como quedó reflejado en las imágenes de un Audie, roto por el dolor, en el sepelio de Fernando. Con la muerte del 10 blanco, sus combates en el poste bajo pasaron a la categoría de leyenda.

Más allá de la lucha con Martín, Audie Norris significó un antes y un después para el baloncesto nacional. El conjunto catalán creció gracias a contar con un ganador nato, un pívot poderosísimo e imparable al poste bajo, que tenía un excelente tiro de 4-5 metros, intimidaba y reboteaba como nadie y además generaba muchos espacios para que los excelsos tiradores (Epi y Sibilio) hundieran a sus rivales desde el 6,25. Aíto entendió rápidamente que Norris era importante por su juego y aún más por su capacidad de liderazgo y compromiso.

Los rivales lo sufrían y las direcciones deportivas buscaban con ansiedad cada verano al jugador que ejerciera como «antiNorris» tras conseguir tres ligas consecutivas por parte del club culé. El dominio ejercido por Norris no pudo ampliarse a las competiciones continentales debido a la generación mágica de la Jugoplastika de Split, guiada por el sabio Boza Maljkovic, que le impidió alzarse con la anhelada Copa de Europa.

Dos recuerdos son imborrables para mí como aficionado al baloncesto. Conseguir la primera victoria malagueña de la historia ante el Barça, en el propio Palau Blaugrana, y gracias a la portentosa exhibición de Arlauckas (anotó 45 puntos), junto a la tarde de verano que compartimos con el gran Audie Norris en el campus de la Caja de Ronda. El gran pívot americano, acompañado por sus inseparables rodilleras, se mostró como un gran tipo, cercano, amable y nos ofreció un clínic de recursos técnicos, mates y largas series de lanzamientos exteriores sin fallo en una jornada que jamás olvidaré.

@OrientaGaona