Jugón: Dícese del baloncestista que tiene la capacidad de crear jugadas impensables para el resto de mortales generando emociones y pasiones entre el público y berrinches por doquier al entrenador. Esta definición, tomada del diccionario de vocablos inventados por el inigualable Andrés Montes, me permite recordar a tres bases que ofrecieron brillantes momentos a la afición del CB Murcia en la década de los 90. El conjunto pimentonero accedía por primera vez a la ACB tras superar una polémica eliminatoria de ascenso ante el Obradoiro y optó por incorporar a tipos con mucho desparpajo y liderazgo para dirigir el juego ofensivo.

Para su debut en la élite el Júver Murcia apostó por Jordi Soler, talentoso diamante en bruto que provenía de la cantera del Barça. Siguiendo el plan trazado por Aíto, su cesión tenía como objetivo que se fogueara como titular alejado de las presiones de la prensa local. Soler, llamado el «Petrovic catalán» por su descaro y genialidad, rindió a gran nivel facilitando su regreso al Barça la siguiente temporada. Sin continuidad ni oportunidades reales, Jordi tuvo que volver a hacer nuevamente las maletas para seguir creciendo fuera del Palau, siendo en el Cáceres de Manolo Flores donde mostró su mejor baloncesto varias temporadas después. En 1991 desembarcó un nuevo timonel en las filas murcianas. Nacho Suárez llegó con la vitola de histórico tras alcanzar registros estadísticos nunca vistos en la ACB. El jugón catalán, líder indiscutible del Coren Ourense y formado en las categorías inferiores del Barça, fue capaz de sumar dos triples dobles (más de 10 puntos, 10 rebotes y 10 asistencias) en el corto plazo de un mes. Empujado por el brillo de sus números, Suárez llegó a ser convocado por la selección nacional aunque en su estancia en Murcia no consiguió igualar sus mejores logros individuales. Unos pobres resultados deportivos, junto a los severos problemas económicas, le animaron a colgar las botas anticipadamente.

El siguiente en llegar a Murcia fue Michael Anderson, un jugón de playground de manual. Protagonista involuntario de la etapa más triste del Real Madrid (con la espantada de Drazen Petrovic a la NBA y el fallecimiento de Fernando Martín), el base yankee enderezó su carrera en España asumiendo el liderazgo del combativo equipo murciano junto al pelirrojo Jhonny Rogers y el forzudo Bobby Martin. El trío de americanos fue la clave para que el equipo entrenado por José Mª Oleart compitiera con opciones reales de alcanzar las eliminatorias por el título por primera vez. El Palacio de los Deportes, gracias a su intensidad y calidad en la pista, encumbró a Anderson a la categoría de genio antes de poner rumbo a Sevilla donde, a las órdenes de Aza Petrovic, disputaría una competida final de la ACB frente al todopoderoso FC Barcelona.

Como hijo pródigo, convertido en pieza cotizada, Jordi Soler dispuso de una segunda etapa en un CB Murcia que edificaba su proyecto más ambicioso empujado por la oportunidad de participar en la Copa del Rey del 96 que se disputaba en casa. En esa temporada, Soler vivió dos momentos diametralmente opuestos. Uno exitoso, al liderar una épica victoria frente al favorito Unicaja en los cuartos de final del torneo copero y otro más doloroso, cuando sufrió un golpe involuntario de su compañero Bobby Martin que le provocó un ataque epiléptico y posteriormente fue apartado de la disciplina del equipo tras un enfrentamiento con su entrenador Oleart terminando así, de forma ominosa, su relación con el equipo murciano. Tres jugadores que dejaron huella y baloncesto de muchos quilates en el CB Murcia. Diferentes en su juego pero mágicos cuando tenían el balón en sus manos. Y ahí radica la respuesta a la pregunta retórica que hacía el gran Andrés Montes, «¿por qué todos los jugones sonríen igual?».