El brillo que rodea al mundo del deporte profesional puede ocultar a menudo las sombras y miserias presentes en la vida de sus personajes. En los últimos años hemos conocido la historia de grandes figuras a nivel mundial que padecieron importantes trastornos mentales que han puesto en jaque su brillante carrera. Las dificultades para afrontar la presión de la competición, la ausencia de atención psicológica, las continuas exigencias o su incapacidad para gestionar el éxito o fracaso, han sido alguno de los factores que dejaron a estos jugadores en situación peligrosa. Uno de ellos, el protagonista de hoy, tuvo la suerte de sobrevivir a un intento de suicidio mientras estaba enrolado en las filas del Bilbao Basket en 2008 tras atravesar una dura situación personal, familiar y deportiva.

El gran Fred Weis, pívot francés de 2,18 metros, seguramente es uno de los jugadores más queridos por las aficiones bilbaína y malagueña. Desequilibrante y decisivo en ambas escuadras, Weis tiene una impactante historia que va más allá de su habilidad para taponar y rebotear.

El universo NBA llamó a sus puertas cuando empezaba a dar sus primeros pasos en la máxima competición gala. Fue la elección de primera ronda del draft de los New York Knicks en 1999, aunque la desconfianza de la franquicia le impidió alcanzar su sueño de debutar en la mejor liga del mundo. Pese al revés, Weis continuaba siendo un jugador capital en las filas de un Limoges que se llevó la Copa Korac en una final inolvidable ante el Unicaja de Maljkovic. Convertido en pilar defensivo, su imponente figura le convirtió en una infranqueable muralla para los malagueños.

Boza se encaprichó con el gigante francés y puso toda la carne en el asador para incorporarlo al proyecto cajista. En su primera temporada en Unicaja contribuyó decisivamente para traer a Málaga el primer título europeo del deporte andaluz. Su exhibición en el partido de ida disputado en el Carpena (acabó con unas estadísticas de 13 puntos, 10 rebotes y 8 tapones) contribuyó para dejar sentenciada la final de la Korac. En su etapa costasoleña, Weis siguió asumiendo su rol de valladar defensivo hasta que en la temporada 2003/04, con la llegada de Scariolo, perdió protagonismo y tuvo que hacer las maletas rumbo a Bilbao.

En la capital vizcaína, Frederic Weis recuperó las buenas sensaciones en la cancha de juego. El club vasco retornaba a la ACB tras muchos años de ostracismo y el pívot se convertía en el ídolo de La Casilla junto al pequeño base Javi Salgado. Los «hombres de negro» de Txus Vidorreta, equipo aguerrido y que practicaba un baloncesto vibrante, mantenía su canasta a buen recaudo gracias a la labor del gigante galo. El ataque nunca fue una virtud de Weis como demostró en las cuatro visitas que hizo al Carpena con la camiseta del Bilbao en las que no consiguió anotar ni una simple canasta.

Weis se convirtió en el primer jugador foráneo en contar con una peña en su honor entre la afición bilbaína, aunque desgraciadamente sus últimos meses fueron su etapa más oscura. Una sucesión de duras situaciones (el diagnóstico de autismo de su hijo Enzo, problemas con el alcohol, la separación de su mujer y su bajo rendimiento en la pista) le llevaron a una profunda depresión y a un intento de suicidio.

De vuelta a Francia, gracias a la ayuda psicológica, Weis inició una nueva fase en su vida como propietario de un estanco y con el baloncesto ocupando nuevamente un lugar destacado al incorporarse a la televisión como comentarista especializado e impulsando un campus de baloncesto para niños y jóvenes con algún tipo de discapacidad. Cada vez se hace más necesaria incorporar la figura de especialistas en salud mental para atender las necesidades de los deportistas, tal y como se hace en la NBA, y así poder romper los prejucios y tabúes que rodean a estas enfermedades.