Cualquier aficionado a la música seguro que tiene entre sus grupos de cabecera al celebérrimo grupo de Liverpool. Cuatro jóvenes que en la década de los 60 revolucionaron para siempre el mundo del rock. Pioneros en la globalización musical, alcanzaron los más altos registros en las listas de éxitos y ventas, a la vez que fueron los primeros en contar con una extensísima legión de fieles seguidores. Lennon, McCartney, Harrison y Starr son únicos e irrepetibles aunque se habla de la existencia de un quinto componente (algunos se refieren así a su mánager y otros al productor) que puso su granito de arena para el crecimiento del fenómeno «beatle» por todo el mundo.

En el verano de 1988, la directiva del Caja de Ronda asumió una suculenta inversión con el objetivo de no pasar más apuros en la ACB, provocando así el primer gran éxito del baloncesto malagueño, gracias a su clasificación a la Copa Korac durante dos temporadas consecutivas. Bajo las órdenes de Mario Pesquera, aquel mítico equipo contaba con un cuarteto de incansables jugadores que disputaba casi la totalidad de los minutos. La batuta recaía en el segurísimo Fede Ramiro, quien dirigía a un maravilloso trío de hombres altos compuesto por Arlauckas, Vecina y Rickie Brown. El último elemento del quinteto de Pesquera iba rotando entre el joven tirador Jordi Grau, el especialista defensivo Pepe Palacios y nuestro protagonista de hoy, Luis Blanco.

Con el fichaje de Blanco se añadía un experto complemento a los cuatro virtuosos cajistas, adueñándose del rol de «quinto beatle». Junto a Ramiro constituía una pareja exterior segura y eficaz, dotada de una capacidad cuasi científica para leer el juego. Dos tipos con flequillo, que no contaban con un físico privilegiado, ponían el cerebro al servicio de una propuesta brillante en lo táctico y en cuanto a resultados. Luis supo entender las necesidades del equipo, mutando su forma de jugar hasta convertirse en un consumado especialista en el tiro exterior. En su estancia en el Caja de Ronda lanzó el doble de triples que canastas de dos, alcanzado un admirable porcentaje de 50% en la temporada 89/90.

Previamente a su llegada a Málaga, el jugador catalán disputó tres campañas enrolado en las filas del Manresa. La afición que llenaba el Congost tuvo la suerte de disfrutar con la ferocidad anotadora del panameño Rolando Frazier o del escolta Kenny «Eléctrico» Simpson. Luciendo el patrocinador con más ritmo de la ACB (¿quién no recuerda las cintas de cassete TDK?), el conjunto del Bagés se apoyaba en una comprometida columna vertebral nacional comandada por Jordi Creus (el hermano menor del gran Chichi), el malogrado Pep Pujolrás y el propio Luis Blanco. Fueron años en los que el Manresa se convirtió en uno de los grandes animadores de una ACB que crecía como la espuma. Todas esas virtudes que demostró Blanco en Manresa fueron refrendadas en las increíbles temporadas vividas en Ciudad Jardín. En Málaga queda el recuerdo de un gran e intachable profesional. Siempre el primero para entrenar, sin prisas para regresar a casa y con un tiro eficacísimo a pies parados, Blanco era un jugador muy dotado tanto en defensa como en ataque. Defensor avezado, en la zona de ajustes que solía utilizar Pesquera era el responsable de cerrar el paso a los exteriores rivales. Su físico nada privilegiado engañaba. Gracias a una gran capacidad para leer el juego, su poderoso tren inferior le permitía postear a rivales más pequeños cerca del aro. Luis se transformó en un consumado especialista con un profundo conocimiento del baloncesto.

Blanco, el «quinto beatle», jugador de categoría, compañero ejemplar y un tipo siempre positivo. Su estancia en Málaga dejó un gratísimo recuerdo entre quienes nos ilusionamos con un equipo cajista que se reveló contra el poder establecido para acercarse a los puestos más altos de las listas de éxito del basket nacional.

La peque-columna

¿Te acuerdas que este fue el primer partido de Unicaja aplazado por el coronavirus?