El día después de la debacle del Unicaja en la pista del Mornar Bar de Montenegro pasó sin ninguna novedad en Los Guindos. El que pensara que la fea derrota contra los balcánicos podía remover alguna conciencia, se equivocó. Ningún anuncio oficial y ninguna operación a la vista de cambio en la plantilla. De momento, sigue la confianza ciega de los rectores cajistas en el proyecto con el que arrancó la pretemporada el pasado mes de agosto.

Mientras la afición clama desde hace ya varios días por cambios en las redes sociales y apunta indistintamente como culpables hacia el presidente, el entrenador o algunos jugadores, con Deon Thompson como el más señalado, lo cierto es que en el club la tranquilidad y la paciencia parecen ser la medicina elegida ante la evidente situación crítica que muestra el enfermo cajista.

Los problemas crecen en el equipo a medida que pasan los partidos. Es evidente que la plantilla está descompensada, pero lo que antes eran solo críticas al juego interior y al técnico, ahora también son a los bases, a los exteriores y, en definitiva, a todo el proyecto.

Las derrotas son preocupantes, sobre todo porque las de la Liga, en la que el equipo firma un balance de 1-3, comienzan a poner en duda la participación del Unicaja en la Copa del Rey de 2021. Pero todavía peor es la imagen que irradia el equipo en su lenguaje corporal de apatía, de falta de autoestima y de no creer en sus posibilidades.

Con Deon Thompson el problema viene de varias semanas atrás. La apuesta del club de que el americano de pasaporte cotonou fuera el center titular del equipo ha fracasado. Es más, es que ya ni juega de «5». Todos (o casi) sus minutos son de ala-pívot, un cambio de rumbo que tampoco ha valido para recuperar al ex del Burgos.

También está en el disparadero Luis Casimiro al que, sinceramente, no le sale nada. El equipo está muerto y su pizarra, por ahora, no es capaz de revivirlo. A Luis se le ve superado, sin capacidad para hacer reaccionar a un grupo que es mucho más talentoso y competitivo de lo que está demostrando estos últimos partidos.

Gerun y Guerrero son otros dos jugadores que no están en forma y que a día de hoy restan mucho más que suman cando están en la pista. Es evidente la «cojera» del equipo en la posición de pívot, un mal que se atisbaba este pasado verano desde casi todos los foros (aficionados, prensa, profesionales del baloncesto de otros clubes), pero que el club no vio... o no quiso ver.

Los bases tampoco se libran de las críticas. El «efecto Mekel» cada vez es menos importante en el juego del equipo. Los rivales le han tomado la matrícula al israelí, le ahogan para no dejarle pensar y sus pases de canasta se han reducido mucho respecto a sus primeros partidos vestido de verde.

Hasta el juego exterior, a priori la gran baza de este plantel para este curso,presenta lagunas. Sobre todo en defensa y también por el carácter individualista que muestran algunas veces jugadores como Bouteille o Brizuela, empeñados en intentar arreglar los partidos por cuenta propia sin pasar el balón a los compañeros.

Es evidente que la dinámica en la que ha entrado el equipo es muy peligrosa. Hay una deriva absoluta que parece conducir el proyecto 20/21 del Unicaja hacia el abismo. Pero la suerte es que estamos a primeros de octubre y el club tiene tiempo para buscar soluciones, aunque por ahora esté descartado cualquier tipo de cambio.

Banquillo al margen, es evidente que se necesita retocar la plantilla. Hace falta un pívot que dé consistencia al juego interior, con centímetros y que intimide a los «grandes» del equipo rival. Hace falta más músculo por fuera, un exterior que le permita al equipo dar un paso al frente en defensa. Y, sobre todo, que todos los que están, los de los despachos, Luis Casimiro y los jugadores, le den al botón del reset y vuelvan a creer en sí mismos y en sus posibilidades.

El club, por ahora, mira hacia otro lado. Prefiere dar un voto de confianza a jugadores y técnico antes que tomar medidas drásticas que cuesten dinero. Pero ¡cuidado!, porque el riesgo de autodestrucción es evidente en una nave que va a la deriva y que cada semana se hunde un poco más.