Invictos y liderando la clasificación, el CB Canarias disfruta de una posición privilegiada en la presente temporada. Supone un logro histórico que viene a confirmar el buen hacer del club lagunero a la hora de realizar sus incorporaciones. La dirección deportiva busca un perfil concreto de fichajes, rastreando cada año el mercado en pos de encontrar jugadores que aúnen el talento en la cancha con una vida amueblada fuera de la pista. Seguramente los protagonistas de hoy no formarían parte de la plantilla isleña en la actualidad.

Situémonos a mediados de la década de los 80. El equipo isleño era uno de los grandes animadores de la competición. La pareja exterior formada por Carmelo Cabrera y Germán González ofrecía espectáculo y anotación cada partido, pero faltaba encontrar la pareja de americanos que dieran el salto necesario. Tal situación cambió drásticamente cuando Pepe Cabrera, inolvidable secretario técnico del club canario, se fijó en un Eddie Phillips que despuntaba en la Lega italiana. Llegó pasado de kilos y con un hambre insaciable de puntos. El gran Carmelo Cabrera lo recuerda como un verdadero «pura sangre», especialmente cuando consiguió ponerse en forma para convertirse en el máximo anotador de la 1ª División B con una media superior a los 30 puntos por partido.

El ascenso a la ACB ilusionó a la afición de tal forma que el coqueto pabellón Juan Ríos Tejera se encendía cada 15 días gracias a la dinamita ofensiva de Phillips. Su brillante rendimiento estadístico se apoyaba en un enorme talento para encestar, un afán competitivo desmesurado y cierta dosis de egoísmo. Eddie debía ser la primera opción del ataque por lo civil o lo criminal. Su comportamiento en los entrenamientos mutaba del pasotismo en los ejercicios físicos a una violencia desatada a la hora de jugar el partidillo final. Carmelo Cabrera lo define como una especie de «Hulk», encantador fuera de la pista pero volcánico con un balón de por medio. Además, su costumbre de llevar en la mochila una pistola 9 mm Parabellum no ayudaba a consolidar una relación de amistad dentro del vestuario.

Era tan intenso en su forma de vivir el baloncesto que fue el responsable de recomendar la llegada de Mike Harper, quien de inmediato iba a convertirse en su mejor compinche. Eddie seguía batiendo récords anotadores apoyado en el dominio de Harper bajo los aros. Las mágicas asistencias de Cabrera eran garantía de canasta gracias al acierto del dúo foráneo. Los resultados comenzaron a llegar pero la convivencia seguía siendo muy complicada en el vestuario. Un simple robo de balón de Cabrera a Phillips en una pachanga casi provoca una tangana de aúpa. La combinación de talento, anarquía e indisciplina era un cóctel explosivo para la plantilla.

El rendimiento del equipo alcanzó cotas brillantísimas, coronado con la histórica clasificación para la Copa Korac en la temporada 86/87. Pero las aguas se enturbiaron el otoño siguiente. En el mes de octubre, tras celebrar su fiesta de cumpleaños en una zona de discotecas de la Playa de las Américas, Eddie estuvo a punto de provocar una desgracia cuando disparó su pistola contra la cristalera del establecimiento tras haber protagonizado una pelea con varios clientes. La detención y posterior puesta en libertad previo pago de una importante fianza no detuvo el desenfreno de estos «chicos malos». Un par de semanas después, en la visita al Real Madrid, Phillips llegó dispuesto a partirse el pecho con Fernando Martín para terminar el partido peleado con media plantilla blanca. Aunque el detonante de su salida del club se produjo durante la fase final de la Copa del Rey en Valladolid. Era la primera vez que se disputaba en formato de concentración y el Cajacanarias afrontaba un duro compromiso ante el Ram Joventut. Las expectativas deportivas se torcieron anticipadamente sin necesidad de esperar al inicio del partido. En un arrebato incontrolable, Eddie abandonó la concentración del equipo marchando en taxi al aeropuerto de Barajas dispuesto a recuperar una maleta que le habían extraviado. El taxi se perdió y Phillips no pudo llegar hasta el descanso del duelo ante la Penya. Su compañero Harper se esforzó más bien poco durante la primera parte, pero el espectáculo ofrecido por Eddie fue aún más vergonzoso. Tras disputar menos de dos minutos, los árbitros le expulsaron por sus continuas protestas. Tal muestra de indisciplina colmó la paciencia de la directiva decretando el despido fulminante de ambos jugadores.

El legado que dejaron Phillips y Harper permanece en la memoria tinerfeña y de los buenos aficionados del baloncesto canalla de los 80. Egocéntricos y brillantes, jugones y peligrosos.

La peque columna

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