La gran noticia del viaje a Zaragoza, más allá de la victoria, apunta a un nombre propio que ya se echaba de menos en el baloncesto nacional. Jaime Fernández volvió a vestirse de corto para debutar 8 meses después de su última aparición con el Unicaja. Era un domingo 16 de febrero, con el Carpena lleno y ante el Real Madrid en la final de la Copa del Rey. Tuvo que abandonarla pronto porque sus talones dijeron basta.

257 días después, en los que ha pasado absolutamente de todo a nivel vital y por supuesto deportivo, Jaime volvió a sentirse jugador sustituyendo a un Alberto Díaz que necesitaba descanso. Entraba feliz, con la sonrisilla de alguien que sabe que lo peor ya pasó y que su momento empieza, paso a paso, desde ya. En mayo pasó por quirófano y comenzó un largo proceso de rehabilitación que ha tenido su premio.

En nueve minutos en pista no se le vio, obviamente, con esa frescura y la explosividad que le caracteriza. No dejó de intentarlo, no obstante, con buenas intenciones en el movimiento de balón y anotándose dos asistencias que pudieron ser cinco. Entradas hasta la cocina. Cambios de ritmo. La calidad y la visión de juego no necesita rehabilitaciones. Anotó un tiro libre y cogió dos rebotes, pero los números pasan a un tercer plano. Su debut es ya de por sí el gran triunfo cajista. Quedan semanas, meses quizá, para verlo en su máximo rendimiento. Lo más difícil, sin embargo, ya ha pasado.

Tendrá que ser ahora la afición la que tenga paciencia, como él la ha tenido en su vuelta, para verle en su mejor versión. De momento, las sensaciones son para ilusionarse: ya va quedando menos para contar con un jugador decisivo para este equipo. Entrena con normalidad, por lo que ahora tendrá que igualarse físicamente con sus compañeros. El primer paso es el más difícil, y ya está dado.