Memorias en verde y morado

El ala-pívot de Carmona

Junto a Fernando Martín, Andrés Jiménez formó la pareja que rompió con los clichés habituales del juego interior español

Andrés Jiménez, mito culé

Andrés Jiménez, mito culé

Juanma Rodríguez

Juanma Rodríguez

La reciente retirada de Pau Gasol ha puesto punto y final a la generación más exitosa del baloncesto nacional. Los eternos júnior de oro han alcanzado triunfos inimaginables y dejan una huella imborrable entre los aficionados. La irrupción de Pau, el talento oculto de la brillante camada de los 80, supuso un antes y un después en nuestro deporte. Base en un cuerpo de pívot y cerebro privilegiado, Gasol es el chico de Sant Boi que dejó la carrera de Medicina en pos de un sueño que seguro acabará en el Salón de la Fama de Springfield.

Pero cuarenta años antes también se generó un cambio de proporciones semejantes al provocado por el mayor de los Gasol. El descubrimiento de Andrés Jiménez, un espigado chaval de Carmona en el seno de una «operación altura» anunciada en TVE, iba a provocar un salto cualitativo enorme en nuestro baloncesto. Sin haber jugado al baloncesto en su colegio, Andrés llamó la atención de los entrenadores del evento. Esos técnicos recomendaron su fichaje al Cotonificio de Badalona, uniendo así su destino al de Aíto García Reneses, llegando a convertirse en jugador fetiche y pieza clave de todos sus proyectos.

Llegó a Cataluña como cualquier otro joven emigrante. Discreto, tímido y trabajador, mejoraba a pasos agigantados sin la presión mediática, creciendo hasta convertirse en un jugador diferencial. Andrés supo aprovechar su oportunidad y bajo las órdenes de Aíto encontró el lugar perfecto para interiorizar las claves fundamentales en su crecimiento como jugador.

Pocos contaban con la polivalencia y calidad de Jiménez en los albores de los 80. Puso todo su empeño en dominar las artes y los movimientos del pívot clásico. Además, gracias a un cuerpo atlético y veloz, evolucionó hasta jugar de cara al aro con solvencia teniendo en el contraataque una de sus mejores armas.

Junto a Fernando Martín formó la pareja que rompió con los clichés habituales del juego interior español. Si la irrupción de Romay nos permitió competir contra las grandes torres soviéticas o yugoslavas, la dupla Martín-Jiménez suponía contar con pívot más móviles y veloces. Los éxitos internacionales no tardaron en llegar con la inolvidable medalla de plata de Los Ángeles 84 como hito icónico. En las largas concentraciones estivales con la selección, Jiménez, tipo introvertido y con un carácter muy particular, daba rienda suelta a su pasión, el dibujo. Sus creaciones en formato cómic sobre el origen del baloncesto y el relato de los propios JJOO fueron las obras más recocidas de «Jimix».

Pero si exitoso fue su paso por el equipo nacional, y tras una breve pero brillante etapa en la Penya, su fichaje por el FC Barcelona situó a Andrés como uno de los mejores jugadores a nivel europeo. Nuevamente al lado de Aíto, y con la compañía del mágico tridente exterior formado por Solozábal, Epi y Sibilio, Jiménez se convirtió en factor diferencial. Su polivalencia jugando como alero y ala-pívot, el dominio de los intangibles, su constante progresión en todas las facetas del juego, le convirtieron en la pesadilla perfecta para sus máximos rivales, el Real Madrid.

No fueron pocas las temporadas en las que el club merengue se afanó en encontrar el anti Jiménez, un alero alto que fuera bien al rebote y que le permitiera competir en igualdad de condiciones con el equipo culé. Con el paso de los años mejoró su tiro exterior y el porcentaje en la línea de tiros libres. Siempre fue comparado con el mítico James Worthy de los Lakers por su excelso juego de pies y su facilidad para correr la pista.

De sus duelos contra Unicaja me encanta recordar un enfrentamiento inolvidable. Fue en la jornada 6 de la temporada 89/90 con el equipo cajista dirigido por Mario Pesquera, invicto hasta el momento, visitando el Palau Blaugrana con la moral por las nubes. Un Arlauckas sublime, que anotó 45 puntos, lideró nuestra primera victoria ante el Barça sin que Andrés pudiera frenar la exhibición del americano.

El dorsal número 4 de Andrés Jiménez luce en lo más alto del Palau como reconocimiento a una carrera magnífica. Un jugador que, con una ética de trabajo intachable y una progresión constante, contribuyó a crear una nueva forma de entender el baloncesto en España. El chico de Carmona contribuyó decisivamente a crear una nueva era en el básket.

Peque–Columna (Por Simón R.J)

Hoy retiran el número a Carlos Cabezas (10), mítico jugador del Unicaja y que ha pasado por muchos equipos y ligas. También fue campeón del mundo con España. ¿Sabías qué Cabezas y Jiménez tienen en común que hay un pabellón con su nombre en sus pueblos (Marbella y Carmona)?