El informe anual de la NOAA (la agencia estadounidense de los océanos) demuestra que en 2020 las cosas han seguido yendo mal en el Ártico. Ha sido el segundo peor año para la región desde que hay registros.

Las malas noticias continúan sucediéndose en el Ártico, frente donde se libra la gran batalla contra la crisis climática. La Agencia Nacional de la Atmósfera y los Océanos (NOAA, en inglés) de Estados Unidos ha emitido su XV Informe sobre el Ártico, referido a 2020, y el panorama que describe sigue justificando el pesimismo.

Las temperaturas que se han medido allí este año han sido las segundas más altas detectadas hasta ahora, mientras que el nivel de hielo marino en verano ha sido también el segundo más bajo registrado desde que hay mediciones, a partir de 1990. Ambos hechos provocan por sí solos una serie de consecuencias en cascada sobre todo el ecosistema ártico y también planetario.

Algunos de ellos son la pérdida de nieve y los devastadores incendios forestales que se vienen produciendo en las regiones siberianas, al norte de Rusia, una situación hasta ahora desconocida.

El Arctic Report Card es una recopilación anual de observaciones y análisis ambientales en la región que experimenta las alteraciones más rápidas y drásticas en sus condiciones meteorológicas, climáticas, oceánicas y terrestres. 133 científicos de 15 países elaboran este informe que sirve para orientar a los líderes mundiales y estatales en la toma de decisiones.

En cuanto a la temperatura, el informe señala que en nueve de los últimos diez años se han registrado temperaturas del aire superiores en al menos un grado centígrado por encima de la media 1981-2010. Y en los últimos seis años, las temperaturas del Ártico han superado todos los récords anteriores.

Además, las temperaturas extremadamente altas en Siberia durante la primavera de 2020 dieron como resultado la extensión de nieve más baja en el mes de junio de los últimos 54 años.

Pero también hay efectos sobre la biodiversidad. Las escenas ya conocidas de osos polares con dificultades para encontrar alimento debido al calentamiento de su hábitat se suma ahora la constatación de que, paradójicamente, hay efectos positivos. Las ballenas de Groenlandia se han recuperado en los últimos 30 años, debido al aumento de las floraciones locales de plancton y al transporte de más krill, así como otras fuentes de alimento, hacia el norte a través del Estrecho de Bering. Aunque pueda parecer un factor positivo, no deja de inscribirse en un marco general claramente negativo para el conjunto de la biodiversidad ártica, alertan los expertos.