Elías Torres y el tarraconense José Antonio Martínez Lapena son dos de los arquitectos españoles con más prestigio internacional. Ambos colaboran desde que abrieron juntos su estudio profesional en 1968. Elías es, según algunos entendidos, el único balear –nació en Eivissa– que de verdad goza de prestigio profesional en todo el mundo. Puede ser discutido, valorado, o no, pero lo que es indiscutible es que probablemente sea uno de los creadores más imaginativos, con una creatividad personal donde se funden sus profundas raíces mediterráneas que hacen que su obra sea una de las más interesantes de la arquitectura española y mundial. Así me lo cuentan algunos de sus compañeros seguidores y entusiastas de su obra. Contar con ese respeto de sus propios colegas debe ser algo verdaderamente.

Es autor de la conocidísima y emblemática placa fotovoltaica del Fórum de Barcelona, de las escaleras de La Granja en Toledo, de la restauración del Parc Guell de Barcelona o del Baluard de ses Voltes en Palma; pero sobre todo es una gran lección ver con que delicadeza y respeto Elías y José Antonio restauran una edificación ya existente sin renunciar a las exigencias, mas lúdicas, del nuevo uso de la construcción como casa de vacaciones mostrando respeto, casi devoción, por la tipología y, sobre todo, respeto por el paisaje. Pero también respeto por las personas, para aquellas que disfrutan de la casa pero también para aquellas, quizás sea esto lo más destacable, que heredaran el paisaje tantas veces maltratado de nuestras islas.

Can Toni des Cocons en Sant Antoni de Eivissa es un buen ejemplo de ese empeño, una rehabilitacion que sus arquitectos definen como una reanimación, un término poético cargado de sentido. Pues bien, la reanimación y adaptación de una modesta casa de campo de 150 añoos de antiguedad, catalogada en el patrimonio municipal, lejos de convertirse en un hándicap, sirve para demostrar el valor y la validez de la arquitectura pobre y tradicional convertida en pieza de vanguardia sin perder un ápice de su belleza primitiva para convertirla en una acogedora y vivible casa de vacaciones.

Las higueras, los algarrobos y los almendros están ahora acompañados de pinos y matas espontáneas, consecuencia del desuso de las terrazas de cultivo durante años. La naturaleza se construye a sí misma regalando jardines naturales que se van magnificando a medida que el tiempo pasa por terrenos vigilados por ojeadores inteligentes que saben valorar su grandeza. Se puede ayudar a la naturaleza. Se hizo restaurando los antiguos muros de piedra que organizan las terrazas y se plantaron nuevos ejemplares de la vegetación ya existente para que las plataformas agricolas se convirtieran en un paisaje, en un jardin. El jardin.

El espacio de uno de los antiguos corrales se ha convertido en una diminuta piscina y el otro de mayores dimensiones es hoy una habitación de invitados. Una pérgola de canizo flota sobre la terraza y frente a la entrada de la sala de estar, como si siempre hubiera estado ahí. Además los materiales utilizados para restaurar la construcción son similares a los antiguos. Se han modificado algunas aperturas para mejorar la relación entre las dependencias interiores y los espacios exteriores. El confort contemporáneo que ofrece la instalación de nuevas tecnologías se han incorporado a la casa, con naturalidad. Su presencia casi oculta trata de respetar el alma de la antigua construcción que había sobrevivido sólo con el agua de una cisterna, la luz de un candil y el calor que proporcionaba la chimenea de la cocina durante generaciones.