Es la cara más conocida de la historia de la pintura y, sin embargo, su existencia sigue siendo enigmática. Desde que en 1504 Leonardo Da Vinci pintó La Gioconda, esta dama ha tenido tantos admiradores como cábalas ha habido sobre su identidad.

Si la modelo que sonríe tan perturbadoramente es Lisa Gherardini, como afirmó el pintor e historiador Vasari en el siglo XVI, el marido de esta, que encargó el cuadro, nunca llegó a poseerlo, y eso que el mercader de tejidos Francesco Bartolomeo del Giocondo (de ahí el nombre de Gioconda) era tan rico e influyente que pudo permitirse el lujo de contratar al célebre pintor.

Leonardo nunca se desprendió de este óleo sobre tabla, que a su muerte pasó a manos del rey Francisco de Francia, pero Del Giocondo disfrutó de la compañía del original entre 1495 y 1539, tras esposar a Lisa con 15 años. La muchacha aportó una dote considerable, incluida una granja, que se sumó a las propiedades de la familia Del Giocondo en Florencia y alrededores.

La villa Antinori de Monte Aguglioni es una de ellas -les perteneció entre 1498 y 1517-, y si es conocida por su relación con Mona Lisa no es menos célebre por sus bodegas, tanto que su bella fachada aparece en la etiqueta de un

vino ligado a la historia del chianti classico.

La villa consta de un edificio principal de 2.800 m2 de tres plantas y sótano, una capilla octogonal, la casa del guardés y varias dependencias agrícolas, incluyendo un limonar. El aspecto actual de la villa y del jardín se debe a la marquesa Nathalie Antinori, que a principios del XX la renovó ayudada por el Egisto Paolo Fabbri, arquitecto, artista y gran coleccionista de Cézanne.

La casa, explica la inmobiliaria Lionard Luxury Real Estate, está lista para entrar a vivir y además de sus detalles históricos, en muy buen estado, cuenta con todas las comodidades modernas, como un ascensor que conecta las plantas.

El precio, unos 20 millones de euros, parece una bagatela comparado con lo que costaría La Gioconda... si estuviera en venta.