El pasado 13 de diciembre, el Congreso apoyó por unanimidad considerar a los animales seres vivos y no cosas. Sin embargo, a mí, que comparto mi vida con varios animales, me parece algo tan increíble que todavía estemos a estas alturas del proceso de liberación de los animales, que no dejo de sorprenderme.

Evidentemente es un avance y un paso hacia delante de cara a los derechos de perros y gatos principalmente, ya que a otros animales sigue sin considerarlos como tal. Pero aún nos cuesta entender que cuando los derechos básicos de los animales no son respetados, esto influye directamente también en los humanos que tenemos alguno en nuestra vida. Por ejemplo, en el caso de separación o divorcio entre los responsables de un perro, que es donde más se puede ver reflejada dicha modificación legal, ahora el animal no será un objeto más de la casa a repartir, sino que tendrá sus propios derechos como ser vivo que es. Y esto afecta directamente también a los humanos que se separan, porque hasta ahora si el animal estaba a nombre de uno de ellos (el chip sólo puede estar a nombre de una persona), el otro no tenía absolutamente ningún derecho sobre ese animal, de manera que si la otra persona decidiese impedirle ver a su perro, no tendría ninguna posibilidad de luchar legalmente para poder hacerlo, puesto que ni el animal ni él o ella tendrían ese derecho.

El hecho de que los animales sean mal considerados como objetos les restringe de sus derechos pero a sus humanos responsables también, implicando además un daño psicológico y emocional para estos últimos, al ver cómo un ser más de su familia, el animal al que quiere y ama, no goza de ningún derecho como tal, al no ser considerado lo que realmente es y supone para esa persona. Por lo tanto, dicha injusticia le resta derechos a los humanos que tienen animales y les coloca en la misma situación de desprotección y de vulnerabilidad en la que ellos se encuentran.

*Victoria Lacalle es psicóloga