Cuando te dedicas a probar gadgets electrónicos no puedes más que sentirte afortunado. Más aún cuando puedes tenerlos en tus manos antes que el resto de mortales. Pero precisamente eso, el probar dispositivos, uno tras otro, hace que probar productos se convierta en muchas ocasiones en un trabajo anodino y monótono.

El pasado viernes salió al mercado en nuestro país la esperadísima tableta Surface Pro de Microsoft El dispositivo, disponible con dos configuraciones diferentes -64 y 128 Gb. de capacidad-, llega precedido de todo un halo de revolución y de una campaña de marketing que ha sorprendido a más de uno. Pero, ¿cómo es de sorprendente esta nueva tableta/ordenador? ¿Es más de lo mismo?

Lo primero que te sorprende, y no muy gratamente, cuando lo tienes en tus manos es su grosor. Acostumbrados como estamos a las tabletas que hay actualmente en el mercado, mucho más delgadas y ligeras, al encontrarte con una que es mucho más gruesa y pesada que las de otras marcas te provoca cierto rechazo. Y en ese momento te asalta la pregunta: ¿en qué demonios estaban pensando los chicos de Microsoft para crear una tableta de casi un kilogramo de peso? Es como si hubieran cogido un iPad y lo hubieran atiborrado de donuts y bocadillos de chistorra...

Pero entonces lo enciendes, le acoplas el teclado, y te pones a trastearlo. Acto seguido, la culpabilidad te invade por haber tenido el pensamiento negativo anterior. Hombre de poca fe, ¿no te das cuenta de que esto no es una tableta? No señor. Esto es otra cosa. Es algo mucho más grande, más completo. Más complejo.

Mientras estás leyendo esto, querido lector, imagina a la persona que lo ha escrito, sentada frente a la tableta -¿se puede llamar así?- Surface Pro. Mientras lees esto yo estoy usando un teclado de verdad, utilizando programas de verdad, y pudiendo realizar todos y cada uno de los trabajos necesarios para publicar en esta web un artículo completo, con sus fotos y enlaces. La Surface Pro no es una tableta al uso, no es una fría pantalla táctil cargada de apps pero que tiene un uso limitado a la hora de trabajar de verdad, a la hora de embarrarte y meterte en la trinchera para escribir algo como esto.

Y es que, mientras lees esto, unos lagrimones como puños recorren mis mejillas ante la emoción de poder retocar las fotografías que acompañan el artículo con mi querido Photoshop, amo y señor de todos los retoques fotográficos, utilizando tanto mis dedos como el lápiz interactivo que viene incluido con la Surface Pro -y que, por cierto, es una auténtica maravilla-. Esto no es una tableta.

Este lobo con piel de tableta trae de serie un procesador Intel Core i5, veloz como un rayo, que junto con sus 4 Gb. de memoria RAM y su disco duro de estado sólido -de esos tan modernos que hacen que el dispositivo arranque en segundos- puede con todo lo que le eches. Fotografías pesadas, vídeos Full HD o las grabaciones del festival del colegio de tus hijos se convierten en juegos de niños para este dispositivo. Gracias a su puerto USB 3.0, instalar programas como QuarkXpress, Photoshop o InDesign son una tarea fácil. Se hace como siempre, es un trabajo de los de antes. Y una vez instalados, ponerse con ellos es pura felicidad.

Tener en tus manos una tableta ligeramente obesa, pero capaz de hacer lo que ninguna otra es capaz, es encontrarse en el paraíso. Tener un dispositivo táctil, manejable y capaz de permitirte trabajar de verdad, sin trabas ni problemas, es una auténtica gozada. Un teclado de verdad, con teclas de verdad; un puerto USB 3.0 de verdad al que poderle conectar desde un módem hasta un disco duro externo o la impresora.

Y qué decir de ese Windows 8 Pro, que tantas posibilidades ofrece. No hagas caso de las malas lenguas, querdido lector. El último Windows te da unas posibilidades inexistentes hasta ahora, y la sensación de que la Surface Pro de Microsoft lo tiene todo para triunfar. Incluso el precio es, pese a ser elevado, económico si se tiene todo en cuenta. 879 euros para la versión de 64 Gb. y 979 euros para la de 128 Gb. Y los teclados, 120 euros el táctil y 130 el clásico.

Desde que salió el iPad al mercado, ninguna otra tableta me había sorprendido tan gratamente, y ninguna me había hecho sentir que realmente puedo con todo. Y es que me podéis llamar anticuado, pero en ocasiones se agradece un escritorio con sus accesos directos y una papelera que vaciar.

Al final, te queda esa sensación grata, por haber disfrutado probando este dispositivo, y eso hace que mi trabajo no sea en absoluto anodino ni monótono. ¿Os he dicho que me encanta mi trabajo?