Las escenas, por su extrema violencia, sobrecogen. Tanto dentro como fuera del terreno de juego. De gente que trata de escapar y acaba atrapada en las salidas del estadio o cómo se acumulan, en hospitales desbordados, las decenas de heridos y muertos en el que es ya el mayor desastre en un encuentro de fútbol en las seis últimas décadas. Partido de máxima rivalidad en Java Oriental, Indonesia. Acaba de perder, 2-3, en casa, el Arema, contra su gran rival, el Persebaya. El equipo local permanece unos minutos para pedir perdón a su afición y es ahí cuando empieza a desatarse la tragedia con la invasión de campo de cientos de personas. "Durante ese proceso, en el esfuerzo de prevención", dice el jefe policial de la provincia, se lanzan gases lacrimógenos porque se ataca a los agentes y sus vehículos. Y es en esa secuencia, admite, cuando se desata la estampida multitudinaria y los casos de asfixia. La situación se desborda entre el pánico, los gritos por la batalla campal y las carreras desesperadas para huir y, también, para atender a las víctimas, varias de ellas menores de edad. La ira contra la policía continúa en los exteriores. Un testigo de 22 años pide justicia porque asegura que los agentes utilizaban, también fuera, los gases lacrimógenos, un elemento disuasorio que la FIFA, que ya ha ordenado una investigación en profundidad, recomienda no utilizar en eventos futbolísticos para controlar a la multitud. 34 de los 127 fallecidos del balance oficial hasta el momento habrían muerto en el estadio. El resto, casi un centenar, lo habría hecho en su camino a los hospitales.