Marzo de 2020. Estado de alarma. Las calles desiertas. El fantasma de aquellos funestos días vuelve ahora que China, un país donde la covid crece de forma galopante reabre sus fronteras. El miedo es libre. Más aún cuando los propios expertos coinciden en que no hay forma de saber qué va a ocurrir. Cuando hay razones que invitan a la cautela. No se sabe, por ejemplo, si los contagios masivos en China derivan de su falta de protección. O, esto puede ser peor, lo provoca una nueva variante. A contracorriente del mundo, el gigante asiático ha practicado una política de covid cero que ha jugado en contra de la inmunización natural. Tiene una vacuna menos eficaz. Hay, además, pocos datos concretos sobre las cepas imperantes allí. Y todo eso inquieta. Ahora bien, el mundo al que llegan los potenciales contagiadores no es aquel de 2020: la ciencia ha dado un paso de gigante; las autoridades han ensayado los mecanismos de autodefensa; la propia sociedad está más aprendida en los usos, mejor defendida por las vacunas. Son razones para, sin bajar la guardia, no ceder al pánico: científicamente, además, de surgir una variante nueva, el remedio se encuentra más rápido. A medida que las antiguas cepas se hacen más transmisibles pierden fuerza. En este nuevo momento incierto, quienes saben aconsejan: acelerar con las cuartas dosis, estudiar más al enemigo para combatirlo mejor.