Lo que está sucediendo en España parece una gran broma. Como si en cualquier instante alguien pudiera aparecer para darnos un par de golpes en la espalda al tiempo que asegura que todo ha sido una broma. Empezando por Wert y terminando en Díaz Ferrán. Esa gran hilera improvisada de bromas se desplomaría con tanta fuerza que sacudiría la tierra -la matriz, el origen- como si se tratara de monolitos centenarios, miserables de piedra que se han sentido con el poder suficiente como para desafiar a la misma Historia, al Mito. A Dios. El mismo Dios que introducen en las aulas, a golpe de decreto, y alejan del ámbito privado donde muchas familias católicas cuidan con cariño y mimo, desde el respeto e igualdad. Insisto, todo parece una broma.

Momus, alias de Nick Currie, ese tipo brillante e inquieto, polifacético y multitask, bien podría haber firmado el último decretazo de Wert, pero no, el escocés sólo es responsable de uno de los títulos más ásperos, amargos y atractivos de entre los publicados en 2012, El libro de las bromas (Alpha Decay). Un título de advertencias y urgencias, de excesos, de falsos testimonios y deconstrucción de ciertos convencionalismos. Y de bromas, muchas bromas de pelaje tradicional que el autor inserta en la estructura de la obra gracias a la retorcida conducta de los personajes, comportamiento que siempre camina en el límite, en ese terreno fangoso de lo absurdo, patrón narrativo que aplasta la mirada moral del lector hasta llevarlo a un rincón húmedo, putrefacto, donde la persona que está al otro lado de las páginas quedará sedienta ante el abismo e impasible ante un ramillete de historias que Currie despliega, como maestro de lo grotesco, para provocar e irritar, para hacer(nos) recordar que una de las misiones del Arte es no sucumbir, no establecerse en lo correcto y válido, más bien lo contrario, buscar siempre ese ángulo impreciso desde el que herir y agrietar lo aparente.

En este título, Currie no da puntada sin hilo. Las diversas historias de abuso sexual, de bestialismo, de perversión y obscenidad, propias de mucho vacío en la entraña y aún más en la sesera, están perfectamente entramadas y pensadas para mover e incitar, historias que bien podían haber firmado Ivor Cutler, Rabelais, Georges Perec o Flann O´Brien, incluso una amalgama deforme de todos ellos. Como una jauría hambrienta, El libro de las bromas perseguirá al lector hasta dejarlo sin resuello, hasta poner en duda el sentido de la realidad, el sentido de la ficción. Ficcionar lo real para volver real lo ficcionado.

Algo así sucede en Hounds, canción sublime incluida en Burst Apart (2011), segundo larga duración -cuarto trabajo de estudio- de los neoyorquinos The Antlers. Ésta también persigue, pero de otra forma, de una manera antagónica a la razón primera de El libro de las bromas. Herir y agrietar para crear belleza, ese hacer dudar del entorno a golpe de melodía caleidoscópica, melodía de texturas superpuestas, multigénero, en la línea de bandas como Grizzly Bear o The Album Leaf. Dudar del concepto de lo bello para ensalzarlo. Hacer de la belleza, música.