A poco más de una hora en coche desde Málaga en dirección a Cártama, tras desviarse por Zalea y sortear los municipios de Alozaina, Yunquera y Casarabonela, se encuentra El Burgo, un pueblecito de 1.900 habitantes, en pleno corazón de la Sierra de las Nieves.

Reserva de la Biosfera por la Unesco, El Burgo es uno de los muchos pueblos de España que se las ingenia, día a día, para salir adelante a pesar de la crisis.

Bañado por el río Turón, cuyas aguas cristalinas atraviesan el pueblo en su camino hacia el embalse de Conde del Guadalhorce, El Burgo está rodeado por montes de pinos y enebros, almendros en flor y olivos. El Burgo huele a tomillo y a almoradú, y sabe a sopa de los siete ramales, arroz con leche y poleo.

Si el marco natural es incomparable, lo mejor de El Burgo son sus gentes. Con un espíritu y unas ganas de vivir propias de la juventud, una veintena de colaboradores de la Asociación de Mayores de El Burgo ha puesto en marcha unas visitas guiadas por el pueblo para grupos con el fin de dar a conocer las maravillas naturales del municipio y los encantos que esconden sus callejuelas de casas encaladas.

De esta manera, se puede dar un agradable paseo de un par de horas por el dique, visitando el caño –donde las mujeres acudían antaño para llenar sus búcaros de agua de la sierra– hasta llegar a el largo, una piscina natural a escasos minutos del pueblo, donde los jóvenes disfrutan en verano de unos baños en plena naturaleza, en un marco incomparable, rodeado de montañas pintadas de pinos.

De vuelta, bordeando el río Turón, camino del molino, se pueden apreciar los campos de habas y ajo, hasta llegar al puente viejo y al charcón de Casares.

«También se puede hacer una ruta más larga para visitar el paraje de la Fuensanta, donde se puede acabar la excursión con un paseo a caballo», explica Juan Francisco Narváez, uno de los motores de la asociación.

La visita guiada incluye un aperitivo con los embutidos de la zona, entre chorizos, morcillas, aceitunas y chicharrones, antes de dejarse cautivar por el plato típico de El Burgo: la sopa de los siete ramales, rescatada del recetario antiguo por las manos expertas de los hombres y mujeres de la Asociación de Mayores de El Burgo.

«Pan picado, papas fritas, tomate, cebolla, espárragos, pimiento, todo ello con un par de huevos fritos para hacerlo más jugoso», explica Frasquita, una de las mujeres de la asociación. «Y más sabroso aún si se come directamente del dornillo –perolo de madera donde previamente se han cocinado cada uno de los ingredientes por separado–, añaden al unísono Juan José Cepero y Antonio Guerrero, artífices de semejante manjar. Y todo ello regado con un tinto de verano con limón, especialmente preparado por José Antonio Martín.

Toda una explosión de sabores de la tierra que culmina con un arroz con leche sublime, canela en rama, elaborado por las delicadas manos de Isabel, una entrañable mujer de cabellos plateados y mirada azul cielo de la Sierra de las Nieves.

La jornada se completa con un recorrido por el centro del pueblo, tras disfrutar de un poleo bautizado al estilo de El Burgo. Por sus blancas y tranquilas callejuelas, el tiempo transcurre despacio e invita a conocer la iglesia de San Agustín, patrón del pueblo; o la iglesia de la Encarnación, cuyo interior ha sido bellamente restaurado casi en su totalidad y desde cuya ladera se puede ver la que brilla, la sierra que popularmente llaman en el pueblo: la sierra de la cabrilla.

«Estamos muy agradecidos a entidades como Unicaja, el Ayuntamiento y, especialmente a la Diputación de Málaga, por su su colaboración, pero con estas visitas queremos recaudar fondos para financiar nuestras actividades», explica Juan Francisco Narváez. Y es que a lo largo de todo el año, la asociación celebra un sinfín de talleres de manualidades, jornadas gastronómicas como el menú de cuaresma o el día de las migas, además de actos culturales, charlas y excursiones, que llenan la vida de los mayores de este municipio.

Aunque el entorno es bello por su naturaleza, lo mejor de El Burgo no es el marco sino sus gentes, de una hospitalidad y una entrega dignas de admiración.

Las visitas dan la oportunidad de conocer a las mujeres de El Burgo, como Frasquita; de sonrojarse con las historias de la pícara Florentina; o descubrir los entresijos del juda –que literalmente explota cada Domingo de Resurrección– mientras uno intenta ganarle a El Pelada una mano al dominó de 55 fichas.