Con este título, en 1992, Robert Redford dirigió una excelente película demostrando que puede ser tan bueno contando historias como interpretándolas. En esa ocasión narró la historia de los hermanos McLean, Norman (Craig Sheffer) y Paul (Brad Pitt), hijos de un estricto pastor presbiteriano. Recuerdo que la vida de estos hermanos giraba en torno a cuatro cosas: la familia, la religión, la ambición y la pesca en el río. Los paisajes, la cuidada atmósfera que se respira en las secuencias y el estilo reposado del realizador, marcan una forma diferente de hacer cine. Lo único que pudo unir a dichos hermanos, fue el río salvaje de su infancia en Montana, donde aprendieron a pescar.

Nada que ver con nuestro otro río de la vida: el Guadalmedina, que durante siglos ha transcurrido por nuestra ciudad marcando su destino, frecuentemente de forma cruel, dejando en la conciencia ciudadana su esquiva presencia y evidenciando en la temporada de lluvias, su peligro latente. Ciertamente, nuestro río de la infancia nunca fue un río al uso. Más bien una herida amenazante que sólo sangraba en contadas ocasiones, ante nuestra atenta mirada de sorpresa.

La Málaga marinera y pescadora nunca se identificó en su río más cercano. Poco fieles al agua dulce, los ciudadanos lo marcamos sólo como una referencia geográfica para separar lo que hasta hace pocas décadas era el límite de la ciudad con los barrios más deprimidos del margen oeste. Nunca pudimos pescar en él, ni nunca hipotéticamente podremos hacerlo. A lo sumo, soñaremos algún día con un espacio de uso y disfrute ciudadano que no nos divida más. No recuerdo muchos poemas ni cuadros al río de nuestra vida. Un desgarro en nuestra piel urbana, más que una postal para el recuerdo. Coronado al norte por una desafortunada presa que, aún siendo necesaria, en lo estético rompe la belleza exterior de La Concepción.

Hace días, la Fundación Ciedes, en la que participan las instituciones y entidades públicas y privadas más relevantes de la ciudad, adoptó un acuerdo histórico de consenso: decidir una solución para el Guadalmedina tras años de desidia y olvido. Integrarlo en la ciudad rechazando su desafortunada situación de casi abandono actual. Para ello hace preciso recabar toda la información técnica sobre las posibilidades de actuación que puedan existir en el río, contando con los expertos de las administraciones competentes y los asesores que considere oportuno. De esta manera, la fundación convocará en unos meses un concurso de ideas una vez establecidas las condiciones técnicas y económicas necesarias, teniendo en cuenta la seguridad hidrológica del proyecto y el impacto urbanístico que pueda producir en la ciudad.

Nuestro río ha discurrido desde su nacimiento con serenidad, contemplando en ocasiones desniveles sociales y aguas turbulentas en el devenir histórico de la ciudad, llevando consigo lentamente hacia el final, miles de reivindicaciones que se han disuelto en el mar. Una ciudad que estando al sur del sur, carece de sur, es una ciudad distinta y a menudo desvertebrada. Una ciudad con una difícil orografía, con un río seco que a veces de repente, deja de serlo, es atípica. Sin embargo, una ciudad que decide aunque sea tarde, cómo resolver sus heridas, es abierta y poco endogámica. Ya lo dijo Juan Ramón Jiménez: «Málaga, elástica e impulsiva».

Como en la película de Redford, el futuro por escribir del río Guadalmedina debería ser también la crónica de unos hermanos que se encuentran y se unen.