El viaje de Michelle Obama con su hija Sasha a España en julio de 2010 significó el momento más bajo de su popularidad. Aparte de la melladura en la imagen familiar del presidente del planeta, estuvo a punto de dañar irreversiblemente la presidencia. Jodi Kantor, redactora del New York Times, confirma el impacto negativo de los cuatro días de vacaciones en The Obamas. El libro arranca de la relación entre iguales del matrimonio para componer la mejor penetración en la Casa Blanca en competición con Confidence men, donde Ron Suskind disecciona al equipo económico presidencial.

El viaje «empeoró las tensiones en la Casa Blanca», donde la tradición prohíbe las vacaciones en el extranjero. En especial cuando se han perdido 131 mil puestos de trabajo durante el mes anterior, y se está en vísperas de unas elecciones legislativas que devastaron a los demócratas. Además, las fechas elegidas por la primera dama con biceps le obligaban a perderse el cumpleaños del presidente.

Dada la disciplina prusiana reinante en la Casa Blanca, ¿por qué el equipo presidencial no abortó el viaje? No se atrevieron a encararse con Michelle Obama, y en la arbitrariedad de la primera dama radica la esencia del libro. El ala oeste imaginaba las consecuencias perniciosas de las vacaciones, pero se vio desbordada en sus previsiones negativas.

El carácter de Michelle Obama no es una sorpresa para quienes conocen a Letizia Ortiz. La primera dama blindó su viaje al grito de «quiero que mis hijas vean mundo», aunque nunca pareció muy feliz en España con sus gafas oscuras. Pretendía callejear por Madrid y visitar sus cafés, pero esta opción fue descartada por el servicio secreto, más efectivo que los hombres del presidente.

La primera dama se alojó finalmente en Marbella y comió en Mallorca con los Reyes. El almuerzo regio fue utilizado en Estados Unidos para desmontar su tesis de un viaje privado. Los familiares del presidente pagaron su estancia y su comida. A diferencia de otros jefes de Estado, los presidentes norteamericanos abonan los alimentos que consumen en la Casa Blanca.

En cuanto al viaje en sí, Michelle y Sasha Obama desembolsaron el equivalente a un billete de ida y vuelta en primera clase. Sin embargo, el reactor que las transportó cuesta diez mil euros por hora de funcionamiento. Sus amigas volaron en líneas regulares. El escándalo no se ha difuminado, y el libro obliga a plantearse qué miembro del matrimonio es más Obama. Ella se ajusta mejor a la visión exterior de ese linaje, mítico antaño.