Existe una tendencia generalizada en España a hacer responsables de la mayoría de nuestros males a los dirigentes políticos, sin darnos cuenta de que, en realidad, somos los ciudadanos los que les hemos permitido, con nuestro voto, los desmanes y la instauración de un sistema cada vez más endogámico, alejado de la realidad social.

Hasta hace poco hemos estado en una dinámica en la que se premiaba a los políticos que prometían el gratis total y nos decían sólo lo que queríamos oír, castigando, incluidos los medios de comunicación, a los que decían la verdad y advertían de la crisis, del derroche y de la imposibilidad de mantener un estado de bienestar impulsado desde una espiral sin límites y sin criterios de eficiencia (véase el debate Pizarro-Solbes del año 2008).

Es preocupante constatar la permisividad que ha habido hasta que hemos sido conscientes y sufridores de la crisis. ¿Dónde estaban los indignados? Hasta ahora se exigía y se votaban a los que ofrecían obras faraónicas e innecesarias, paguitas, sueldos para amas de casa, medicinas, ordenadores y libros de textos gratis, etc. Las democracias más consolidadas suelen contar con una sociedad civil organizada, reivindicativa y exigente que impulsa mecanismos para evitar que la clase política se aleje de ella, evitando el derroche, las mentiras y los ofrecimientos innecesarios, aunque favorezca a un grupo que le va a dar votos.

En España hemos tendido a dejar todo en manos de los políticos hasta tal punto que la sociedad está politizada y polarizada. En cualquier grupo humano es fácil distinguir entre unos y otros. Para evitar esto, considero necesario trabajar en la construcción de una sociedad civil fuerte, organizada, reivindicativa y preocupada por las grandes cuestiones que nos afectan, que colabore con lealtad, y sin sumisión, con las administraciones públicas y los políticos. Hay que ocuparse de que haya equilibrio entre lo público y lo privado.