La política se ha vuelto sexy. Los paparazzi estivales desertan de los veraneos estelares de Bill Gates o Madonna en Eivissa, para apostarse junto a las residencias pirenaicas del clan Pujol. El discutible argumento de la edad recomienda la crítica entre paréntesis a un patriarca de 84 años. La generación de la transición ha envejecido mal, el Molt Honorable que simbolizó la confluencia fraternal entre las españas lucha por no convertirse en el primer gobernante condenado por Franco y por la democracia. Con la desfachatez adicional de que aspira al rango de perseguido político en ambas edades geológicas. Don Jordi no es Jodorkovski. Entre otras cosas, porque Rajoy no encaja en el papel imperial de Putin.

Descontento con la reacción airada de su pueblo -por conservar la nomenclatura pujolista-, el prohombre ha planteado un asalto frontal a sus antiguos gobernados. Pujol contra Cataluña. Frustrado su delirio de confesar solo un pecado venial, quiere hundirse con sus acusadores. El creador de la identidad catalana contemporánea ha logrado convertir en un asunto personal la evasión millonaria de impuestos, con la que ahora se dispone a aplastar la causa por la que presume de haber luchado hasta la extenuación. Su táctica recuerda demasiado a la puesta en práctica por su amigo Javier de la Rosa, a quien nadie hubiera adjuntado el rótulo de Molt Honorable y que fracasó en el intento de colectivizar su tragedia.

Pujol no entiende que su crédito se ha esfumado, y que las acusaciones en sus labios rebotan en la repugnancia creada por su ocultación. Ha cambiado de animal totémico, del avestruz al alacrán. Su comportamiento pertinaz recuerda a Jaume Matas y demás gobernantes bajo condena. Jactancioso de los millones que atesoraba en la alacena hasta el punto de denunciar a los bancos que guardaban su tesoro, solo demuestra que siempre menospreció a Cataluña. La interpretó en su provecho, necesitaba un país rico para enriquecerse a costa de sus habitantes. Fue un nacionalista de papá, ya que culpa a la figura paterna del borrascoso origen de su fortuna.

Se debe reclamar a Pujol la elegancia mínima de mantener su pecado millonario en el ámbito económico. Sin embargo, el defraudador a gran escala repite el bofetón a sus ciudadanos. Después de abusar de su ignorancia, les reclama la complicidad consciente. En su apesadumbrada confesión hablaba de expiación, pero se le obligó a aclarar que los contribuyentes también deberían purgar las culpas presidenciales en el futuro, tras haber sufragado generosamente las deudas causadas por su inhibición tributaria.

En la reencarnación del Pujol taimado que desea ensuciar a su país entero, se presenta como un éxito democrático la comparecencia ante el Parlament que antaño doblegó según su santa voluntad. El gesto tiene el mismo valor que convocar a Iñaki Urdangarin ante el pleno del Congreso. La higiene elemental aconseja alejar a estos personajes de cámaras que deseen preservar una imagen de prestigio. El patriarca contamina hoy cualquier foro en que se presente. Por su doble error, solo tiene derecho a defenderse en el circo penal.

La expiación social que Pujol inflige a Cataluña se complica desde Madrid. En una curiosa pinza, sorprende contemplar a los adictos y asalariados de Bárcenas aupados a una cátedra de ética. Tal vez Rajoy y González Pons no pertenecen al partido adecuado para aleccionar a Convergència. En el extraño veredicto, el partido gobernante en Cataluña debería asumir las culpas que los populares ni siquiera han insinuado en su tesorería.

En su imprescindible Notícia de Catalunya, el historiador Jaume Vicens Vives resalta la «laboriosidad» como característica acendrada de dicha geografía, en coincidencia con los chistes de Eugenio. Sin embargo, la veneración por el trabajo bien hecho que ha situado a cuatro universidades catalanas entre las 500 mejores del mundo según la clasificación Shangai´2014, no siempre fue compatible con el oasis que se reprocha a Cataluña. Por fuerza ha de conocer Pujol la ejecución en el siglo XIV en Barcelona de Francesc Castelló. El condenado era un banquero en quiebra. Sufrió la pena capital vigente, de una crueldad simétrica que recuerda al código Hammurabi, por haber defraudado la confianza de sus clientes. La decapitación por falta de crédito tuvo lugar enfrente de la sede de la entidad desde donde había ejercido su poder. Seguro que Pujol prefiere no rescatar todas las esencias catalanas. A falta de que el perpetrador extraiga consecuencias provechosas de su conducta, la peripecia del gran evasor fiscal debiera servir a los contribuyentes para curarse la presunción de que el fanatismo es obligatoriamente sincero, además de desquiciado.