Donde quiera que haya convivencia, surge con seguridad el conflicto. Porque las personas son diferentes y cada una de ellas tienen intereses diversos, unos más legítimos que otros, por supuesto. Los colectivos los integramos seres humanos y, como tales, nos equivocamos. El orgullo y la soberbia hace que muchas veces ni siquiera seamos capaces de pedir perdón, lo que incrementa las tensiones. En las comunidades de propietarios hay enfrentamientos hasta por el color de los toldos. En la calle, ahora mismo, es más que probable que dos conductores estén discutiendo por cualquier incidente vial. No es extraño que en la oficina haya pugnas entre compañeros. En las cofradías no digamos... Y encima suelen salir a la luz de las redes sociales buscando reacciones que solo servirían para enturbiar aún más situaciones que ya de por sí son tristes.

En una sociedad tan crispada, lo más normal es que las disputas también lleguen a la escuela. El colegio no es un microcosmos ajeno a lo que ocurre en su entorno. Y siempre ha habido un pequeño matón en clase que hacía auténticas perrerías a sus compañeros. Pero no pasaba nada. Entonces, no es que los episodios de acoso escolar hayan aumentado en la actualidad, sino que todos estamos más sensibilizados con este tema y la atención de los medios de comunicación se ha agudizado. Es lo que ha ocurrido en la última semana tras el caso de Diego, el menor de 11 años que se tiró de la ventana de su casa porque «no aguantaba ir al colegio», según dejó escrito en su carta póstuma.

Lo que sí está surgiendo es una nueva forma virtual de ejercer la violencia. Está pasando en internet y, por tanto, es menos visible hacia el exterior. Se envían insultos por los chats de los teléfonos móviles, fotos y vídeos de agresiones... y pasan inadvertidos para los responsables del centro escolar. Ahí está el problema. En no ser capaces de detectar estos casos a tiempo. Porque muchas veces la víctima sufre en silencio y no se atreve a denunciar por temor, encima, a ser considerado un «chivato». Se puede responder demasiado tarde.

Y no creo que se trate de una cuestión de autoridad perdida por parte del profesor. Sino que hacer todo lo posible por reinventarla. Porque autoridad no tiene que significar autoritarismo. La autoridad bien entendida es la que dura toda la vida, porque es moral y se gana con el ejemplo. Es una autoridad de referencia. Pero también es la que más cuesta conseguir. El respeto ha de ser la base en la que se sustenten las relaciones entre todos. En el colegio y en cualquier ámbito de la vida.