La número dos de Pedro Sánchez y un secretario de Estado del PP son pareja y coinciden en el Congreso. Si decidieran pasar un fin de semana de novios en su aniversario en Málaga, hoy tropezarían con que no sólo el amor está en el aire. Huele a basura acumulada. Huele a fracaso reiterado de una ciudad que lleva años sucia mientras pretende ofertarse en el mercado turístico como la más limpia, moderna, ecológica, tecnológica, climáticamente paradisíaca, museística y cultural. Huele a un problema podrido durante años….

El beso. Ayer Pablo Iglesias abría su intervención en la tercera sesión de no Investidura hablando del beso. No de El beso del pintor austriaco Gustav Klimt, luminoso cuadro realizado a comienzos del siglo pasado pero ya eterno, sino del pico que se dieron él y el portavoz catalán de Podemos cuando Iglesias volvía a su escaño tras su incendiado estreno parlamentario en la segunda jornada de no Investidura de Pedro Sánchez. No sé si fue para tanto a la hora de analizar la cara del ministro De Guindos ante la breve pero efusiva muestra de cariño político entre los dos dirigentes morados, a mí no me lo pareció por más que le miro la cara en la grabación del debate y en las fotos. Pero en todo caso, para miradas sectarias me parece más provocador el matrimonio entre adversarios políticos que se citan en el propio Congreso que un beso entre hombres del mismo partido en los labios.

Descamisado. Tampoco me impactó ver a Iglesias en camisa en el estrado. Lo que tiene la institucionalización de lo diferente es que te acostumbras rápido. Cuando llevaba cinco minutos con las manos de su discurso en el cuello de Felipe González se te olvidaba cómo iba vestido Iglesias. Esperemos que su beso con Domenech no pase más a la Historia que la fallida Investidura en sí, con todas sus circunstancias de difícil aritmética parlamentaria y nuevos partidos en la cámara. Preocupante sería que ese beso ocupase más espacio en las hemerotecas que el de Klimt o aquél del fotógrafo francés Robert Doisneau. Bastante ha ocupado ya en las redes sociales (podría ser un ejemplo más de la diferencia entre el periodismo y las redes -una herramienta no un oficio, un medio no un fin, que se presta a estar en manos de todos, también de los periodistas mejores y de los periodistas peores-.

No 219. Tampoco pasará a la historia el «pacto del beso» que le ofrecen las fuerzas de izquierda al PSOE, tras el No de todas ellas a la primera intentona de Sánchez. Ni las pretendidas legitimidades que cada parte ha querido otorgarse para conseguir el todo del Gobierno. Rajoy se dice la fuerza más votada, y lo es, si de partidos hablamos. Sánchez dice que 130 diputados -los que suman los suyos y los de Ciudadanos- son más que los 123 del PP («122 si quitamos a Gómez de la Serna», le espetó con intención el líder socialista a quien rehusó intentar la Investidura antes que él). Y Pablo Iglesias dice que la suma de todas las fuerzas de la izquierda legitima un frente para gobernar más que los 123 de Rajoy y los 130 del pacto entre Sánchez y Rivera (aunque ese frente de izquierdas incluiría ineludiblemente al PSOE, partido al que en la campaña Iglesias situó lejano de la izquierda, aunque sí reconoció de izquierdas a sus votantes, a quienes pretende seguir captando para el voto morado).

Talón de Aquiles. Huele a Generales. Y a basura en Málaga. No resulta fácil ser mesurado ante la visión de la porquería derramada ocupando aceras hechas para que camine el ciudadano. Todos caminando, sin empujones ni obstáculos, con salubridad, es tan buena metáfora como El abrazo, el cuadro de Genovés que se ha citado en la no Investidura (y cuyo mensaje se echaba de menos ayer cuando varios diputados, enfurecidos jugadores de dominó de bar de pueblo, se pusieron en pie gritando para cogerle el talón de Aquiles al presidente del Congreso, el novato Patxi López, acogotándole a base de turnos de alusiones). Pero con un problema pendiente como la carísima y defectuosa recogida de basuras de Limasa se hace difícil avanzar juntos en Málaga.

Poder basura. Mi padre se dolía cuando se ponía en huelga, no sólo por perder parte de un sueldo ya de por sí exiguo. Como trabajador de la Construcción en los años finales de franquismo y sindicato vertical le amenazaban con despedirle sin demasiados problemas. Pero lo que más le apenaba era la escasa capacidad de presión que tenía la obra parada. Llenar Málaga de basura sí es poder para un comité de empresa. Y todo poder conlleva, o debiera conllevar, una gran responsabilidad. Como la conlleva que la parte privada tenga el beneficio asegurado. Desde que casi se privatizó la limpieza cada malagueño paga más por un servicio que nunca es bueno. Esto se tiene que limpiar… Porque hoy es sábado.