La operación sorpasso ya tiene un nombre, Unidos Podemos, que abunda, al menos, en la posibilidad. Iglesias y Garzón, el dúo dinámico, han dicho que juntos van a cambiar el país. Aunque la canción suena de otras veces y uno podría pensar que no pasa nada con que el país cambie de vez en cuando son los intérpretes los que provocan cierta inquietud en el auditorio. Los rojos, en cierto modo, vuelven a acojonar una vez que España se había acostumbrado a convivir con cierto asilvestramiento resignado a domesticarse. La novedad, aunque en este caso no lo sea, siempre asusta más de la cuenta.

Rajoy, a su vez, está decidido a buscar fortuna en el acojonamiento desde el primer momento. Ha dicho que hay que huir del adanismo y de los adanes sin experiencia. Se trata, creo yo, de uno de esos mensajes perezosos a los que se recurre para tratar de evitar lo que es necesario intentar impedir de otro modo, es decir con un discurso bien trabado sobre los riesgos reales no del adanismo, en general, sino de estos dos adanes, en particular. Sobre todo del adán de la coleta; el otro, el infeliz, viene a prestar las votos a cambio de una sonrisa.

El eje propagandístico de la campaña va a girar sobre el inmovilismo y el peligro de la novedad sin Habría, sin embargo, que hacerlo. Veamos, por ejemplo, el caso de Grecia. La derecha, los centristas y el Pasok advirtieron sobre el riesgo adanista de votar a Tsipras. No sirvió de nada. Éste, después de conducir al país a una mayor ruina, decidió aparcar sus promesas electorales. Pero antes se produjo la hecatombe que trajo la desesperación actual del pueblo griego. Por no esforzarse en explicar convenientemente las cosas.