Dicen que un pesimista es un optimista informado pero la realidad es que, según el último Informe de Freedom House, la democracia retrocede en el mundo. Ante la crisis, el desempleo, la creciente desigualdad y la inseguridad, la gente busca soluciones en líderes autoritarios y/o populistas que engañan con falsas promesas de soluciones fáciles, que llegan al poder gracias a las urnas y que luego buscan perpetuarse eliminando a todo el que se les opone, como hacen Erdogan, Putin, Maduro o Duterte. Otros como Orban y Kaczinski, más sutiles, son la punta de lanza en Europa del recorte de libertades que les gustaría imitar a Wilders, Le Pen y a tantos otros en la ultraderecha o en la ultraizquierda que utilizan la democracia como camino para imponer una visión autoritaria y xenófoba del mundo donde se tutele a la prensa, se presione a los jueces y se recorten los derechos de las minorías. Es un mal camino y eso que a diferencia del 81% de los votantes de Donald Trump, que piensan que el mundo está hoy peor que hace 50 años, yo creo que, en términos generales, nunca la humanidad ha vivido mejor que hoy. Pero 2016 ha sido un año difícil y las perspectivas para 2017 no son optimistas.

En Europa, terrorismo, crisis, refugiados y expansionismo ruso no paran de darnos sobresaltos. Y aunque los austríacos hayan frenado a la ultraderecha, Italia regresa a su tradición de gobiernos débiles y sus bancos amenazan a nuestras finanzas, que los griegos y la austeridad de Merkel se ocupan de mantener siempre magras. Europa necesita repensarse pero no podrá hacerlo durante un año dominado la puesta en marcha del brexit y por las elecciones de Francia y Alemania que constituyen el eje central en torno al cual gira una Union Europea que pasa por su peor momento.

En América, Trump es otro fruto del populismo y su errática personalidad, contraria a las alianzas internacionales y al libre comercio, sumerge nuestro futuro colectivo en incertidumbre. Prosigue el desmadre de Venezuela, los escándalos de corrupción avergüenzan a Brasil y salpican a todo el continente, mientras México maldice su cercanía no de los Estados Unidos, como antes se decía, sino del mismo Donald Trump. Colombia trata de cerrar las heridas de su guerra de 60 años con las FARC y Argentina procura salir del peronismo con la dificultad de no saber dónde están sus límites. Decae el crecimiento económico regional por la caída de los precios de las materias primas, consecuencia de la crisis mundial y de la desaceleración de la economía china, y con ello aumentan el endeudamiento y el malestar de las clases medias. Y con la muerte de Fidel, la izquierda retrocede en toda la región.

Oriente Medio se desangra en luchas entre sunnitas y chiítas capitaneados por Riad y Teherán, mientras Turquía lidera a los Hermanos Musulmanes y pelea contra los kurdos. El Estado Islámico, asediado en Mosul y Raqqa y derrotado en Sirte, reacciona enviando terroristas a Europa. La unidad de Siria e Irak está amenazada, prosigue la guerra en Yemen y palestinos e israelíes continúan a la greña, sin que se vea fin a tanto desatino. Mientras, los rusos ganan en la región el prestigio que pierden los norteamericanos, los iraníes salen del ostracismo con pretensiones de gran potencia, y el precio del petróleo obliga a tirar de reservas a las petromonarquías del Golfo y también a nuestra vecina Argelia.

En África, continúan guerras olvidadas en Sudán y el Congo; la corrupción ahoga a la República Sudafricana; los líderes de Guinea Ecuatorial, Zimbabue, Uganda y Congo, entre otros, se aferran al poder con todo tipo de maniobras; Nigeria sufre con menores ingresos por petróleo y con el terrorismo de Boko Haram; Etiopía tiene problemas con sus minorías Oromo y Tigray; Somalia es otro estado fallido y el Estado Islámico y Al Qaeda compiten al extenderse por el Sahel hacia el Magreb y el África subsahariana.

Los principales líderes de la región Asia-Pacífico son nacionalistas: Xi, Abe, Modi, Duterte, Kim, Putin y Trump. Asia contempla con desconfianza el despertar de China y su renovado interés por un mundo exterior que ha despreciado durante siglos. Su expansionismo marítimo y su política monetaria y comercial pueden conducir a una confrontación con los Estados Unidos, ante la que los países de la zona van tomando posiciones. La chispa puede estallar en cualquier momento en Corea del Norte o en el Mar del Sur de China.

No es un panorama alentador. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hemos vivido al amparo de lo que se ha llamado «consenso de Washington»: democracia liberal y economía de mercado con instituciones multilaterales fuertes para resolver las crisis y los Estados Unidos actuando de hecho, para bien y para mal, como gendarmes del planeta. Ese mundo se acaba con la llegada de Donald Trump, que mantiene valores y prioridades diferentes. Por eso creo que vamos hacia un mundo multipolar con varios centros de poder en tensión permanente, en medio de un creciente proteccionismo económico y comercial y con instancias debilitadas de gestión de crisis. Es un escenario menos estable y que entraña riesgos mayores para todos porque elevar barreras comerciales no nos hará más ricos como tampoco nos hará más seguros carecer de foros internacionales ungidos del respeto general. La incertidumbre y la inseguridad ganan terreno. Y con ellas también lo hacen los líderes populistas y autoritarios.

*Jorge Dezcállar es diplomático