En estas postreras jornadas del año que se clausura, esta semana terminal se modela, como cada fin de anuario, con el término balance. Entre sus diferentes acepciones según el DRAE, un balance es un estudio comparativo de las circunstancias de una situación, o de los factores intervinientes en un proceso para tratar de prever su evolución.

Así, si se realiza esta observación sobre la realidad de Málaga al concluir 2017, los resultados giran, como siempre, en torno a luces y sombras. La luminosidad nos viene generada desde el sector turístico, alcanzado récords históricos y transformando el Centro Histórico, no sin controversias, en una torre de Babel -nombre de etimología hebrea clara y concisa cuyo significado confundir deriva del verbo balbál-. Lo cierto es que el desmesurado auge y desarrollo del turismo en el epicentro de la urbe tiene a sus vecinos contrariados y confundidos ante la marcha gradual de sus residentes, abocados a contemplar impotentes este éxodo con escaso apoyo institucional.

Como ven, siempre las luces arrastran sombras. Si seguimos esbozando este análisis de final de añada en la capital, la penumbra se ciñe a un año donde las principales inversiones comprometidas por las distintas administraciones se han retrasado tanto que los grandes proyectos a ejecutar visten color de morado: el soterramiento del tren del puerto; el Instituto Oceanográfico; el tramo intermedio del metro por la Avenida de Andalucía y la polémica llegada de éste hasta el Hospital Civil; la peatonalización de la Alameda; la remodelación de la plaza de toros en un foro cultural; El Centro de Estudios Americanos Bernardo de Gálvez; el plan Guadalmedina…, entre otras muchas actuaciones. Con son de verdiales y bajo la cromática del pendón de la ciudad, os deseo un próximo 2018 lleno de tonos más verdes que morados. Feliz año nuevo.

*Ignacio Hernández es profesor