La importancia del culto a la Virgen María en la Iglesia Católica está muy asentada desde los primeros tiempos. Su presencia en los Evangelios, en momentos claves de la vida de Jesús, así lo atestigua. Sin embargo, es en el año 431, durante el Congreso de Éfeso, cuando se impulsa y se empieza a representar con una corona como reina.

La coronación como acto público se empieza a extender a partir del siglo XVI, haciéndose muy popular y con participación activa de los Papas. Sin embargo, no es hasta el siglo XIX cuando se establece dentro de la liturgia, con un rito establecido y con unos requisitos a cumplir para acceder a esta distinción.

Así, la coronación canónica, que es la imposición de una presea dentro del acto de la eucaristía y avalado por el Obispado, sirve para reconocer la devoción popular de una imagen. Además, sirve para extender la devoción a María, recordando su dignidad y protagonismo dentro el plan de salvación de Dios, tanto como Madre como por ejemplo de fidelidad y entrega.