El mes pasado cogieron a un tal J. M. R. con las manos en la masa. Había filtrado en la web una canción inconclusa del próximo disco de Madonna, Gimme me all your luvin´, con la que la veterana cantante espera reflotar su maltrecha carrera cuando la lance a finales de este mes. A instancias de la propia artista detuvieron al presunto pirata, al que previsiblemente le va a caer una buena, porque Madonna no trabaja precisamente con abogados del montón.

J. M.R. no ha inventado nada. Muy al contrario, es el continuador de una legendaria tradición que se remonta a los tiempos del vinilo, de bandoleros de 33 revoluciones por minuto que robaban cintas de los estudios de grabación, prensaban sus discos ilegales en países del antiguo bloque comunista y los vendían por debajo o por encima del mostrador en determinadas tiendas. Ellos eran lo prohibido. A sus discos piratas se los llamó bootlegs, denominación que hace referencia al tacón de las botas en el que algunos traficantes de alcohol escondían sus licores clandestinos en la época de la Ley Seca.

Un día Bob Dylan, que en 1967 iba por la vida como una moto, se pegó un leñazo en una y hubo de pasar un tiempo de recuperación. Para entretener el retiro forzoso, se dedicó a grabar de forma casera en el sótano de su mansión canciones medio compuestas medio improvisadas junto a The Band. Algunas de las más logradas las cedió a otros cantantes y llegaron a ser grandes éxitos, como The mighty Quinn o This wheel´s on fire. Un espabilado se hizo con las precarias cintas y en 1969 salía al mercado The great white wonder, el primer bootleg de la historia. No fue precisamente mal, vendió miles de copias. En los años siguientes saldrían más y más discos piratas con más y más canciones de las sesiones subterráneas, hasta que en 1975 el propio Dylan decidió parar la avalancha editándolas de forma oficial en el doble LP The basement tapes.

Los artistas preferidos por los piratas fueron sin duda los Beatles. Es lógico: el cuarteto de Liverpool se disolvió en todo lo alto, abortó de golpe la magia y dejó a sus incondicionales con ganas de más. ¿Habían dejado mucho material inédito Lennon, McCartney y compañía? Los bootlegs nos lo fueron contando desde principios de los años setenta. Las interminables sesiones de Get back dieron para mucho prensaje ilegal, las grabaciones de la BBC también, así como la fallida audición para la discográfica Decca (que los rechazó en 1962).

Aquellos discos eran fascinantes, algunos traían temas para flipar, como el falso inédito Peace of mind, también conocida como A candle burns, que a mí siempre me pareció una gran canción en el estilo del Lennon psicodélico. Tentativamente fechada en 1967, era una demo que había aparecido supuestamente en un cubo de basura de las oficinas de la discográfica Apple, y en 1973 ya circulaba en discos piratas por medio mundo.

El caso es que a día de hoy no se ha resuelto el enigma, no se sabe muy bien de quién es el tema. A Paul, Ringo y George Martin no les suena de nada y los especialistas en los Beatles como Mark Lewisohn no lo citan en sus sesudos repasos de las sesiones de grabaciones.

Comprar un bootleg era en cierta forma como comprar una papelina: no sabías exactamente qué te estaban vendiendo hasta que llegabas a casa y lo probabas. Como con la droga, te podían pegar la negra y vaya usted a pedirle responsabilidades a nadie. Discos que prometían placeres desconocidos acababan conteniendo apenas una sucesión de diálogos, o un concierto grabado con un walkman desde la última fila del patio de butacas. Ya se sabe, el camello no responde de la calidad del producto.

Es interesante observar cómo los artistas respondieron a la piratería. Llegó un momento en que entrar a saco con demandas judiciales no era rentable, porque los bootlegs proliferaban como rosquillas, y no venían precisamente con la dirección y el NIF del pirata. Dylan optó por editar él mismo sus colecciones, las Bootleg series, que arrancaron en 1990 con un maravilloso cofre de cinco LP o 3 CD de canciones desechadas que se remontaba hasta 1961 y constituyó todo un acontecimiento. Las bootlegs series han continuado con nuevas ediciones de inéditos de estudio o grabaciones de conciertos y son ya una tradición dylaniana. Así, el cantautor combina dos carreras discográficas, una que trata con el presente y otra que lo hace con el pasado, exhumando grabaciones.

Lennon, curioso coleccionista. A John Lennon le hacía mucha gracia el tema y acabó siendo él mismo un coleccionista de piratas de los Beatles. Además, participó en la edición de uno, un turbio asunto que nunca quedó del todo aclarado. Cuenta la leyenda que en 1973 el editor de Chuck Berry llegó a un acuerdo con Lennon. No lo demandaría por plagio –Come together tenía mucho de You can´t catch me– si grababa algunas canciones de Berry en su próximo disco, incluyendo la plagiada.

Lennon accedió y comenzó a registrar temas para un disco completo de versiones de rock and roll de los 50. Fichó como productor a Phil Spector que huyó con las cintas. Finalmente se recuperaron las cintas pero el proyecto entró en punto muerto. No obstante, ante las presiones del editor de Berry, le pasó una copia de lo registrado hasta entonces, para que viera que estaba trabajando en el tema. Este decidió editarlas en un disco, Roots, que se anunciaba en la tele y se vendía por correo, según él, con el consentimiento del exbeatle. Tras un juicio, Roots fue retirado. a. z. málaga