Tirado por los suelos de El Piso, en Fuengirola, terminando el show con la banda, se me vino a la cabeza la frase que mi querido bajista Oliver Sierra me soltó cuando me dijo que había cerrado una fecha antes de la presentación del disco en Madrid -lo que nos hacía tener poco tiempo para dormir a la mañana siguiente pues salíamos en furgoneta bastante temprano para la capital-: «¿Qué somos, Parchís o rocanrol?». Sin duda, rocanrol. Así que di un brinco con mis cien kilos por banda para levantarme y saludar al respetable que aplaudía el final del concierto, que terminamos bastante entrada la madrugada.

Siete horas de furgoneta por delante y mucha guasa dentro del vehículo. Adolfo Caimán, que venía a tocar las acústicas; Manuel Moles, mi teclista y mano derecha; Pepe Salas, que había sido el artífice del transporte y de que el nivel de socarronería estuviera por las nubes, y el propio Oliver Sierra, que seguramente estaría maldiciendo a Parchís con toda su alma y su sueño. El resto de la banda, Coki Giménez, batería de lujo, y Pepe Blanca, compañero de fatigas en las guitarras, tiraba por su cuenta. Toda una expedición malaguita de los mas granada.

Madrid estaba hasta rebosar de turistas y los hoteles y hostales no os quiero ni contar... Con tres semanas de antelación intentaba buscar algún lugar donde caernos muertos después del concierto y no había manera. Tuve la suerte de encontrar un hostel de estos modernos donde te alquilan cama y sábanas aparte. Imagínense a cinco leones metidos en lo que parecía más una celda de la comisaría de Leganitos, bártulos incluidos. De película.

El calor doblaba el termómetro y nosotros doblábamos la capacidad de asimilación de cerveza. Agradecer desde aquí a Adolfo y Salas las risas y estar pendientes de un servidor.

Costello estaba recién reformada y era un lujo poder trabajar con un técnico y un sonido tan profesionales. El chorreo de invitados no se hizo esperar: mi hermano Candy Caramelo ya estaba allí pendiente de todos los detalles -como siempre, un señor-; Fernando Martín llegaba con su hijo, el malagueño Lorenzo Azcona con su saxo y su arte a la espera de perpetrar un Sábado a la noche de Moris mítico y el gran José Niño Bruno con los palillos preparados para asaltar la batería. El público iba entrando poco a poco observado por el resquicio de una puerta entreabierta de los camerinos, con sus discos en la mano y pidiendo las primeras cervezas. El show estaba a punto de empezar, los camerinos eran un hervidero... Y ya estaba yo con la guitarra colgada y Coki claqueando la cuenta atrás. La energía empezaba a fluir y el respeto de tomar la alternativa en la capital se iba disipando en cada acorde. La banda era un cañón, mi poca vergüenza estaba desbordada y los temas del nuevo disco se iban desgranando como cañonazos al aire. Primero Fernando, con su Tan alto como nos dejen, de sus Desperados; luego, el hermano Caramelo junto a José Bruno, rememorando Quién Asó La Manteca, de Calamaro, con una vuelta de tuerca al blues y el corte Puro Placer del disco, que sonó como una apisonadora. Lorenzo Azcona bordó una introducción en Sábado a la Noche que nos hipnotizó a todos para luego reventarla con el saxo más rockero que he escuchado nunca. Era como estar viviendo un sueño:, tener una banda como la que subí a Madrid completamente entregada y con un buen rollo increíble luchando hasta la última coma cada canción, mirar para un lado y ver a tus ídolos de juventud dándote los galones y la bendición, mirar a otro y ver a tu hermano Moles, compañero de fatigas, disfrutarlo contigo, no tiene precio. De Madrid al cielo y de Málaga al Costello. Bendita sea esta ciudad donde los sueños se cumplen si puedes perseverar. Sentaditos en la cumbre, de qué nos podemos quejar.