¿De dónde salen las canciones? Del mismo sitio al que van a morir los pájaros». Lo dice el poeta Benjamín Prado en Incluso la verdad (Planeta), la historia secreta de Lo niego todo, el álbum de vuelta de Joaquín Sabina. Estas «tonadillas», como las llama él, nacieron en su casa de Rota (Cádiz). Y no estaba solo en el trance, sino en compañía de otros, el propio Prado, en un mano a mano con las letras, y Leiva, que musicó los versos. En el libro, los dos juglares, Benjamín y Joaquín, cuentan que la idea del cantautor jienense era combatirse a sí mismo, derrumbar su propio mito, su leyenda canalla envuelta en noche, alcohol y humo. Y abordar el tema que más le preocupa en estos momentos: el paso inexorable del tiempo, la mirada atrás -sin nostalgia pero con memoria-, los amigos que se han ido, las punzadas de la enfermedad... cuestiones estas nada cancionables a no ser que uno sea Leonard Cohen, según «el flaco». Así que Sabina, que ahora vive «a la defensiva» observando el mundo desde el balcón en su esquina madrileña, ha decidido brindar por esa mano que le ganó un día a la muerte -«Superviviente, sí, ¡maldita sea!»- y negarlo todo -«La leyenda del suicida y del bala perdida, la del santo beodo»-. Incluso la verdad.

Si se escucha Inventario [1978] o La Mandrágora [1981] y Lo niego todo [2017] , después de casi cuatro décadas sigue ahí el mismo Sabina pero con mucho poso, un poso que incluye sus dosis de tristeza... Para bien, al menos poéticamente hablando.

Es que la felicidad es fantástica para vivirla, pero no es el mejor terreno para hacer canciones, o cuadros, o libros... La melancolía les sienta bien. Las mejores canciones de amor son las de desamor, buenas canciones de amor felices no hay.

Este Lo niego todo es un disco sobre la vejez, sobre el paso del tiempo. El mérito es hablar de esto haciendo mover las caderas y corear los estribillos.

Ese era un reto muy gordo. Uno debe escribir sobre lo que le está pasando, lo malo es que la gente no quiere oir hablar de eso. Ni yo mismo como público querría, excepto si es Leonard Cohen el que canta. Pero era una cosa que tenía ahí guardada y tenía que sacar. Lo que hemos hecho es evitar que fuera un pestiño gracias a la música.

Tengo la teoría de que crecer, madurar, envejecer, pasa sobre todo por seguir caminando mientras se van perdiendo cosas. Hay reencuentros y encuentros inesperados, y hallazgos, claro, pero sobre todo es un camino de pérdida.

Claro que lo es. Alguien dijo que se canta lo que se pierde, sólo de la pérdida canta el poeta. Yo no soy nostálgico, pero sí creo mucho en la memoria, y es en el territorio de la memoria donde uno escarba cuando busca emociones auténticas.

El ictus -y lo cito así, por su nombre, pese a lo fea que es la palabra, porque usted lo hace en una canción- ¿también le dejó una sensación de pérdida, o de miedo a la pérdida?

Yo tuve muchísima suerte, podía haber sido mucho más grave, y especialmente porque no me dejó secuelas. No secuelas físicas, pero sí por dentro. Es algo que se queda como agazapado y te deja un miedo contra el que tienes que luchar todos los días. En cuanto a lo de la palabra fea, siempre admiraré a Juan Luis Guerra que fue capaz de poner a bailar y cantar a medio mundo con la bilirrubina.

Ser una leyenda viva debe de ser una lata.

Eso pregúntaselo al del bombín. Yo estoy en casa, en pijama, así que no sé nada de leyendas. En todo caso, habría que preguntarle al que se sube al escenario, ese que a mí me parece un impostor con mi misma cara. Yo llevo casi toda mi vida peleando contra esa caricatura de mí. Eso de la leyenda no me influye, no dedico ni un minuto a pensarlo. Además, no tengo redes sociales, ni internet, ni teléfono...

Pero algo habrá contribuido a esa leyenda.

Lo único que acepto es haber creado un puñado de canciones que forman parte de la memoria colectiva de la gente, que cantan los mariachis en México, con las que se algunos se han enamorado... Eso lo acepto. Nada más.

Tenemos querencia a ponerle etiquetas a todo. A usted se las han puesto de todo tipo, a veces incluso contradictorias: facha/ rojo, progre/burgués, podemita/antipodemita... la última, machista. ¿Esa le ha escocido especialmente?

Ah, sí, sí... Con esto de la corrección política ya no se puede ni hacer un chiste sobre mujeres, negros u homosexuales... Pero yo siempre he sido un deslenguado y me moriré siéndolo. La canción es un territorio de libertad, así que no puede estar uno pensando qué van a decir los demás.

Es usted, entre otras muchas cosas, un lector empedernido, de libros y de periódicos impresos... ¡Habría que erigirle un monumento!

Leo tres periódicos diarios. Tengo la teoría de que todo eso que vuela por ahí, por internet, si merece la pena acaba en los periódicos, así que no me pierdo nada. Y me gusta el olor del periódico, la tinta, el papel...

¿La cumbre del éxito es que tu nombre acabe convirtiéndose en un adjetivo? En su caso, «sabiniano».

El éxito es la calderilla de la gloria, al menos en el terreno literario, y yo estoy más por la gloria [Ríe]. Especialmente si uno comparte el éxito con determinados personajes televisivos que no voy a nombrar. Ahora ya no eres un cantante, vas por la calle y la gente te para y se hace una foto contigo porque no sabe exactamente quién eres y qué haces pero sí que eres un famoso. ¡Un famoso!

Al final será que nada es tan revolucionario como la poesía, que ha salido en tromba a las calles y se ha extendido por todas partes: se canta y se baila, está en los grafitis, en los aseos de los bares, en las redes sociales...

Yo escribía en los bares de madrugada, llenos de gente, pero, como digo en la canción, «me echaron de los bares que usaba de oficina». Ahora ya no puedo hacer eso, no me dejan en paz. Y me han quitado una cosa que para mí era fundamental. Así que me he montado un bar magnífico en mi casa [Ríe]. La poesía siempre ha estado ahí, pero es verdad que se había vuelto, también por culpa de muchos poetas ¿eh?, algo elitista, incomprensible, y ahora ha vuelto a la calle, gracias a muchos cantautores poetas.

Para los que usted es siempre un referente.

No sé si lo soy, ya te digo que no estoy en las redes sociales...

Pues ese camino de pérdidas y hallazgos del que hablábamos, uno de los encuentros que le ha rejuvenecido ha sido el que ha tenido con Leiva (el ex Pereza ha musicado las canciones de su nuevo disco).

Ha sido fantástico. Yo no había perdido el amor y la pasión por el escenario, pero sí estaba aburrido del proceso de grabar discos, así que decidí cambiar el microclima. Leiva era el músico que más me interesaba de entre la gente de su generación. Y he recuperado las antiguas ganas, las de 19 días y 500 noches [1999]. Hemos trabajado como antes, de nuevo con una gran efervescencia creativa.

Pues nadie envejece si tiene ganas y efervescencia creativa.

Hay quienes mueren de viejo manteniendo un corazón joven.