Como si se tratara de un concierto del artista pop de moda la Sala María Cristina, y el día anterior el Auditorio Edgar Neville, vivieron este martes largas colas para ocupar una localidad para el último programa de la Academia Orquestal de Málaga, que contaba con la participación solista del violinista malagueño Jesús Reina. Muchos aficionados no pudieron acceder a pesar de la espera (el aforo es el que es) y hace pensar la necesidad de plantear este formato sinfónico de la Academia dentro de un espacio más amplio y adecuado para este tipo de programas con gran orquesta. Sería ideal que el Museo de Málaga corriera al encuentro de estas iniciativas y diera acceso a su patio de armas puesto que reúne condiciones ambientales, en lo acústico, excepcionales y permiten acoger a un aforo más grueso. La dirección del centro de la Aduana debería considerar esta propuesta ya que el encuentro programado para septiembre corre la misma suerte de respuesta. Si el museo es de todos, como adelantan sus responsables, también lo ha de ser para la gran música. Tarde o temprano habrá que aceptar este hecho.

Minutos después de las ocho subía al podio de la Academia su directora, Mª del Mar Varo, para abrir el monográfico Tchaikovsky con la Obertura Romeo y Julieta, página versionada en la última revisión del músico ruso que ejemplifica el torrente melódico e ingenio armónico que vuelca el compositor en ella. Lectura compacta, poco inclinada a la sutileza y la modulación necesaria hacia el contraste que exige. Es el ejemplo donde cuenta el conjunto y no el atril a pesar de la corrección técnica con la que fue audicionada por los componente de la Academia. Se trata de escuchar y confluir hacia ese instrumento colectivo que es la orquesta sinfónica. Los tutti no se determinan a pulmón sino al gusto que imprime la batuta como prueba lo escuchado en la obra que cerraba este programa.

El camino hasta el estreno del Concierto para violín de Tchaikovsky fue más accidentado de lo esperado por el genio ruso algo impensable en nuestros días que lo reconoce como obra de referencia para cualquier solista de altura. El violín de Jesús Reina transita en las fronteras de la audacia y la elegancia del ataque, algo que sólo pueden administrar músicos de su talla. Si a esta idea se une una cuerda orquestal con carácter y unos vientos más contenidos -el empaste necesario fue visible- el resultado no puede ser otro que el trabajo bien hilado. La canzonetta central del concierto serviría de puente contrastado entre los tiempos extremos de extraordinaria exigencia tanto para solista como conjunto. La serena introducción del allegro inicial marcó las líneas por donde discurriría su desarrollo, una cuerda profunda y carnal en lo lírico hasta llegar los tintes folklóricos del vivacissimo conclusivo firmando una versión cargada de emoción.

Dos propinas fuera de programa coronaron este concierto que gira la ilusión hacia la cita de septiembre, en el arranque de temporada, que sabrá a obertura y poema sinfónico.