Más de quince minutos de aplausos, bravos y aclamaciones coronaron, no sin razón, el primero de los títulos de la trigésima Temporada Lírica del Teatro Cervantes. La fórmula adelantada hace dos temporadas por Juan Antonio Vigar (gerente del coliseo) funciona y la prueba es incontestable considerando los dos llenos para las dos funciones de esta apertura de temporada. Faltó un punto de arrojo en la no programación de una tercera función y sobraron críticas disfrazadas de crónicas. Géneros a parte, lo vivido este fin de semana queda para el recuerdo por los equilibrios de fuerzas entre la vetusta producción del Teatro Villamarta y la dirección escénica de Francisco López; el vigor del Coro de Ópera junto a la lectura realizada por la Filarmónica de Málaga y finalmente, el trío protagonista apoyado por la credibilidad ofrecida por el resto del elenco.

Aquella apuesta del Villamarta sigue manteniendo el mismo encanto que alumbró su producción escénica que veinte años después de su estreno en el coliseo malagueño sigue convenciendo y despertando la sorpresa en el espectador. Trasladada a la función de este domingo apetece más real y creíble por la solvencia con la que se ha cuidado este primer título de los tres que conformarán esta temporada tan especial para los aficionados malagueños.

José María Moreno comandó, desde el foso, a la Filarmónica de Málaga haciéndola transitar por los cambios tonales que distinguen cada acto con sutileza y tersura destacando el chispeante ambiente sonoro creado en el acto primero, sereno y contenido en el corazón de Traviata para llegar al desgarro en el último suspiro de Violetta Valéry. No menos segura sería la participación del Coro de Ópera, su director Salvador Vázquez no cede ante la improvisación y cada intervención del conjunto coral destilaba algo más que dedicación: confianza. La formación llenó con soltura la escena y sería una de las claves del valor del primer acto sin olvidar el coro interno del tercer acto ajeno al drama que se vive en el lecho de Violetta.

Pocas veces un trío solista como el que ha protagonizado esta Traviata puede apetecer tan resuelto como para olvidar años de sequía y talento. El Alfredo Germont defendido por el tenor Antonio Gandía fue pura evolución desde el arranque algo frío girando a soberbio en el complicado lance del segundo acto y llegar a la convicción en el desolador tercer acto. Humana, irresistiblemente carnal fue la Violetta Valéry encarnada por Ainhoa Arteta. Arteta mostraría ciertas incomodidades de tesitura en el acto de apertura como mostraría en el E Strano! Y el aria Sempre libera que dictaría con soltura aunque con fuerzas justas. A partir del segundo acto la entrega vocal sería plena y concluir un tercero de auténtica maestría en las tablas. El Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez no tiene contestación su Pura si come un angelo fue el gran momento de esta puesta en escena rematando con enorme presencia canora y actoral el tercer acto. Rodríguez queda postulado como futuro Barón Scarpia para una Tosca en el Cervantes.

Del conjunto del elenco subrayar la soltura actoral y canora de Luis Pacetti y las discretas intervenciones de Díaz, Galán y Tójar frente a la delicada Annina de Alba Chantar o la lucida Flora Bervoix de Mónica Campaña. Traviata ha devuelto a la lírica malagueña ese punto de lucidez que tanto se extrañaba: la ilusión por un sueño de hace treinta años.