¿Qué significa para usted haber ganado este año el accésit del Premio Adonáis?

Ser finalista ya era para mí un gran reconocimiento, pero haber ganado el accésit es una emoción tremenda. La sensación es rara; a ver si me explico: yo cuando empecé a escribir lo hice copiando el estilo y la métrica de Claudio Rodríguez, uno de mis poetas modelo; evidentemente esos poemas están todos en la basura, eran meros ejercicios. Cuando el pasado mes de diciembre en el acto del fallo del premio en la Biblioteca Nacional de España, Carmelo Guillén, el director actual de Adonáis, pronunció mi nombre como ganador del accésit, lo primero que se me pasó por la cabeza fue que iba a publicar un libro en la misma colección que Claudio Rodríguez, y que otros tantos poetas admirados, entre ellos, José Infante, poeta amigo y único malagueño que ha ganado el premio Adonáis.

Ya es usted miembro del club.

El Adonáis es un premio con el que muchos poetas soñamos por su historia literaria y porque lo han ganado o han sido accésit grandes poetas del siglo XX con los que hemos aprendido: José Hierro, José Ángel Valente, Ángel González, Félix Grande, Antonio Colinas... De hecho, me hace especial ilusión que usted, nieta del poeta Rafael Morales, me haga esta entrevista, pues fue él precisamente quien inició la colección Adonáis con su Poemas del toro (1943). Y luego, claro, aparte del componente sentimental del premio está el componente pragmático: estar en la colección Adonáis tiene una repercusión grande y el libro se distribuye en librerías de toda España, y en Latinoamérica. Uno de los principales motivos por los que escribo es para que me lean.

Háblenos de Todo cuanto es verdad...

Cuando empecé a escribir Todo cuanto es verdad me estaba mudando con mi pareja a un piso nuevo para comenzar una vida juntos. De la experiencia y la observación nacen los temas principales de esta primera parte del libro que se titula Mudanza, asuntos tan cotidianos como el traslado y el montaje de los muebles de una conocida tienda sueca, la vida en pareja en un apartamento donde no cabe ni una lavadora... Pero la mudanza de Todo cuanto es verdad no se queda sólo en el plano de la vivencia cotidiana; estos momentos se trascienden en los poemas y se mezclan con otro tipo de cambio, el que experimenta nuestro ser interior. Aquí es donde se produce, en el nivel de la lengua, un choque expresivo que va de la más absoluta cotidianidad a un lenguaje de tradición ascético barroca. El resultado de este encuentro es un absoluto desencuentro que provoca una visión irónica de la realidad en la que vivimos: el conocimiento del ser interior -la autocracia-, se hace incompatible con la forma y el ritmo de vida actuales. En esta segunda parte, titulada Geografía del abandono, se suaviza el tono irónico para adoptar un tono crítico que analiza la relación del ser humano con una sociedad superficial y deshumanizada en la que prima el dinero sobre las personas. La soledad y el abandono -temas que entroncan esta segunda parte-, no son sino un mensaje de aliento que se lanza a los lectores sobre la necesidad de virar el rumbo hacia otras latitudes sociales más humanas.

¿Qué influencias reconoce?

Creo que la experiencia y la observación de la realidad ocupan un lugar primordial en este libro. Y en el trasfondo intelectual, que sirve de filtro y de complemento para la interpretación de nuestro mundo, se encuentran poetas y filósofos tan dispares como Albert Camus, Guy Debord, Fray Luis de León, Séneca, Góngora, Zygmunt Bauman, Byung-Chul Han, Benedetti, Baudelaire…

Suponemos que su padre, Diego Medina Martín, también poeta, habrá influido en usted como autor.

Desde luego, cada vez tengo más claro que yo no hubiera sido poeta sin mi padre, así que Diego Medina Martín es la primera piedra de mis cimientos literarios. Hay muchos más autores después: Miguel Hernández, Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo, Baudelaire y Blas de Otero, Gloria Fuertes (su humor e ironía los echo en falta en la poesía actual), José Infante y Antonio Jiménez Millán, a quienes considero maestros y tengo la suerte de que son también amigos; Aurora Luque, no solo como poeta sino por su labor de traductora; José Hierro, por su poesía existencialista y comprometida con su realidad... Y un gran etcétera. La lista sería demasiado larga… e igualmente heterogénea.

¿Y cuál es su visión del panorama poético actual?

No creo en la visión catastrofista del panorama poético: hace poco, en la presentación del número 97 de Monosabio [Romper los tímpanos, de Javier Aranda Segado], colección literaria del Ayuntamiento de Málaga que codirijo junto al poeta Francisco Ruiz Noguera, teníamos el salón de acto del MUPAM lleno en plenas vacaciones navideñas, cuando la gente está más pendiente de compras que de la cultura (y menos de la poesía). En el salón había gente de todas las edades, pero una gran cantidad eran jóvenes poetas y artistas. Esto me hizo una ilusión tremenda, y ante las visiones catastrofistas que existen sobre las generaciones jóvenes (millenials, z…) en las que solo se destacan instagramers y youtubers, lo que yo vi fue una pequeña parte de una juventud altamente capacitada para hacer un mundo mejor en el que va a perdurar el arte y la poesía, contra todo pronóstico.

¿Qué proyecto tiene ahora sobre la mesa?

Terminar mi tesis doctoral sobre la novela del Barroco español y ponerle punto y final a otro libro de poemas que tengo entre manos que surgió justo al acabar Todo cuanto es verdad: se podría decir que es la segunda entrega, como en las películas, porque en él sigo investigando los temas cotidianos que giran en torno a la casa.