«April is the cruellest month». Es el icónico inicio de 'The waste land', 'La tierra baldía', 434 versos que suponen el auténtico big bang de la poesía moderna, el autorretrato de un hombre (T.S. Eliot, entonces de sólo 34 años) y una sociedad (la de 1922) en plena zozobra, a la búsqueda más de las preguntas adecuadas que de las respuestas que limitan. El escritor malagueño Luis Sanz Irles acaba de publicar una nueva traducción al español del texto, 'La tierra baldía' (Ole Libros), una celebración anticipada del centenario de la publicación del original y, sobre todo, una singular e intransferible relectura de una obra que, aún infinita e inagotable, abraza a cualquiera que quiera habitar dentro de ella.

Destaca Sanz Irles las cualidades «sonoras» de la pieza de Eliot (que, recordemos, termina como un canto sagrado, a modo de mantra, con ese «shantih shantih shantih»), y es precisamente el punto clave en su versión. «Es un poema que se declama, o sea, que se recita con la entonación y gestos adecuados. Toda poesía debería siempre leerse en voz alta. 'La tierra baldía' pide declamación, que es ir un paso más allá», asegura. ¿Quizás su trabajo ha tenido más que ver, por tanto, con la tarea del director de orquesta, empeñado en una versión propia de la partitura, que con la del simple traductor literario? «Es un símil muy sugerente, al menos en mi caso, porque serlo era uno de esos deseos infantiles que nunca ha dejado de estar ahí. Acepto su símil, siempre que sea en el plano de un Carlos Kleiber, por la sutileza de sonido y la elegancia del gesto, o de un Celibidache, por el minuciosísimo análisis de las partituras antes de ejecutarlas de forma tan personal».

Médium

«Un traductor es un lector, un intérprete y un creador al mismo tiempo», dijo Bijay Kumar Das. También una especie de médium, alguien que debe conectar emocionalmente con el autor, y quizás más especialmente en el caso de La tierra baldía, escrita por el norteamericano en plena crisis personal para apuntalar sus ruinas. «Tengo mis propias ruinas, como las tenemos todos, así que en todo caso habría sido la mudanza de unas ruinas a otras. Mejor dicho, de una ruinas particulares, unas ruinitas, a otras generales y transcendentes. Más bien me parece que en tiempos de pandemias, resurrecciones totalitarias (que se veían venir) y Sálvames, 'La tierra baldía' nos permite al menos habitar ruinas explicadas, o mejor, contadas con grandeza estética e intelectual. Mejor las ruinas de Rodrigo Caro que las de jorgejavieres vocingleros. Y, claro está, el poema de Eliot trasciende las ruinitas de cada uno y las suma para hacernos ver las ruinas de algo más importante», apunta.

Dos años ha empleado Sanz Irles en el volcado y publicación de su traducción,

una tarea titánica tras la que concluye: «T. S. Eliot es un grandísimo, incomparable y originalísimo poeta. Lo pensaba antes de traducirlo y lo creo aún más, después de haberlo hecho». Confía el malagueño en que el autor le diera el visto bueno a sus pequeñas transgresiones en su relectura: «Me he salido de algunos caminos muy transitados por traducciones anteriores, a veces por razones de sonoridad y otras por razones hermenéuticas, o sea, de interpretación del texto. Claro que siempre están los del papel de fumar, que creen que suprimir un adjetivo es una transgresión imperdonable (añadirlo sí lo sería). Si acaso, he corregido algunas transgresiones cometidas anteriormente, como cuando un verso que alude a las Confesiones de San Agustín, en las que se pide ayuda a Dios para ser rescatado, salvado de las tentaciones al acecho, fue traducido como Señor, tú me desplumas».

Ahí está precisamente la dificultad abracadabrante de traducir a Eliot: «Su complejidad no es léxica y ni siquiera sintáctica. Es más bien consecuencia de la fragmentación del poema, de sus muchos registros, las diferentes voces poéticas que lo van tejiendo, darse cuenta de quien habla en cada momento. Quizás la mayor dificultad es el gran número de alusiones y referencias a obras de nuestra tradición literaria. Pero no hay que ser un erudito y conocerlas. Si se reconocen, bien, pero si se afronta la lectura sin ese bagaje erudito, no pasa nada. Se puede disfrutar (no sé si es la palabra) igual. Basta leer con, digamos, honradez estética y con la inocencia de querer dejarse llevar por el poeta a un terreno raro, pero que acabará por enredarnos e hipnotizarnos».

'La tierra baldía' de Sanz Irles tiene el aval de los herederos del poeta, lo cual también ha entrañado su dificultad. «Lo complicado fue conseguir que se nos concedieran, a Olé Libros y a mí, los derechos para publicar la traducción. Ellos habrán vivido ese espacio de tiempo como normal, atender a uno más de los muchos que piden los derechos, pero para mí fue una pelea quijotesca y, sobre todo, larguísima. Hubo quien me invitó a publicarla filibusteramente, pero yo respeto la propiedad privada, también la intelectual, y la ley (soy un rebelde), aun cuando se use mal ese derecho. No soy un hombre paciente y no sé cómo he aguantado lo que he aguantado. Pero me alegro de haberlo hecho», asevera.

Ahora, su aventura ya es la de todos nosotros. Y en estos tiempos tan duros y, a veces, descorazonadores, leer y declamar a Eliot en la versión de Luis Sanz Irles nos permite habitar en nuestras ruinas íntimas y colectivas y otear cierta luz al final de la noche.