Tribuna

Cristóbal Aguilar, el artista que se alejó del mercado y se ancló en la sociedad

Cristóbal Aguilar pintando cerca de El Tajo de Ronda.

Cristóbal Aguilar pintando cerca de El Tajo de Ronda. / La Opinión

Modestia personal, generosidad sin límites, amor al trabajo bien hecho, coherencia entre palabras y actos, sentido del humor, amigo fiel en los buenos y en los malos tiempos, luchador social a favor de las clases populares, espíritu franciscano: así era Cristóbal Aguilar, pintor sevillano y andaluz profundo que como cantara el poeta, “hacia otra luz más pura /partió el hermano de la luz del alba”.

Podría aplicarse a él este poema de Fernando Pessoa: “Mi alma es como un pastor, / conoce al viento y al sol/ y camina de la mano de las Estaciones/ siguiéndolas y mirándolas. / Toda la paz de la Naturaleza sin gente/ viene a sentarse a mi lado”. Y servirle de epitafio los versos de Góngora: “Despreciando muros de ciudades, / de álamos camino coronado”.

Otros colegas más competentes que yo en la esfera artística podrán explicar su polifacética producción desentrañando en ella sus influencias, trazando su evolución en el tiempo y separando su labor creadora con el pincel, la pluma y la gubia en lienzo, papel, madera o cerámica. Yo solo intentaré en estas breves líneas situar el mundo de ideas que germina en su luminosa obra. Nos servirán de guía en este camino dos maestros siempre presentes en Cristóbal, Antonio Machado y Francisco Giner de los Ríos.

El humanismo ilustrado y radical de Cristóbal

El ideal humanista penetra el conjunto de la obra de Cristóbal Aguilar. Las distintas modulaciones del humanismo filosófico están presentes en él. Desde el hombre como “microcosmos” formulado por Demócrito y como “medida de todas las cosas” por Protágoras en la Grecia clásica, hasta la ruptura con el feudalismo y la elaboración del humanismo renacentista con Pico della Mirandola que en su tratado Sobre la dignidad del hombre lo sitúa “en el centro del universo” gracias a la libertad, pasando por el pensamiento ilustrado de Kant que consideraba al hombre “como fin en sí mismo, no como medio”, continuando con el humanismo de Marx que denunciaba “todas las relaciones en las cuales el hombre es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciado”, llamando a “ser radical, que quiere decir coger las cosas por la raíz, pero la raíz, para el hombre, es el hombre mismo”, hasta llegar al humanismo de Antonio Machado con su inevitable acento español: “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.

Machado subrayó la crítica social. “El señoritismo ignora, se complace en ignorar -jesuíticamente- la insuperable dignidad del hombre. (…) Entre españoles lo esencial humano se encuentra con la mayor pureza y el más acusado relieve en el alma popular. La aristocracia española está en el pueblo; escribiendo para el pueblo se escribe para los mejores”. Y concluía contraponiendo la patriotería de los señoritos al verdadero amor a la patria del pueblo: “En los trances más duros los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera”.

En la pintura de Cristóbal se trasluce ese humanismo ilustrado y radical que reflejan sus campesinos pobres, los emigrantes desvalidos con su maleta de cartón, los grandes poetas e intelectuales andaluces muchas veces olvidados, los marginados de la sociedad, entre ellos los gitanos en primer lugar, los trabajadores en lucha por sus derechos. Como él mismo confesó, “me siento poco significante, tan alejado voluntariamente del mundo del arte, que prefiero estar y conocer al pueblo sencillo, escuchar a sus hombres y mujeres al mismo tiempo que los valoro y admiro”.

Técnicas distintas, estilos diferentes, temas que abarcaban todo el arco vital y social, desde la naturaleza hasta los rincones callejeros, desde las luchas obreras hasta la inocencia de los villancicos navideños. En su obra laten en armónica sinfonía el encanto de los alfareros andalusíes, la luminosidad velazqueña, el realismo literario de su generación, el barroco sevillano, el expresionismo europeo de preguerra, la viveza y colorido de los bodegones, la transparencia del cielo serrano, la finura oriental de su pincel, la mirada poética del paisaje. Sus ojos de pintor se abrieron a todo el horizonte de la condición humana. Mezcló técnica y conocimiento, arte y pasión, libertad y creatividad. Podríamos calificar el conjunto de su obra como permanente búsqueda de un nuevo humanismo.

Su pasión política impulsó su arte y dio un perfil propio a su vida como profesor y ciudadano. Unió su compromiso político en la militancia del Partido Comunista de España, la fuerza política que más luchó contra la dictadura franquista y a favor de las libertades en tiempos difíciles, con la denuncia a través de carteles y grabados de los abusos del poder y en solidaridad con las víctimas de la represión. La base de su compromiso era la crítica tanto en el terreno de las ideas como en el de los hechos. “Debemos luchar contra la cultura entendida como privilegio de clases. (…) La misma lógica que explota a las personas, a las clases sociales, a los países, explota también la naturaleza”.

Sin embargo, carecía de sectarismo político, no consideraba a los adversarios como enemigos y se alejaba de aquellos que buscaban hacer carrera en la política anteponiendo sus intereses particulares a los colectivos. E incluso se permitió ponernos en guardia ante la retórica política: “La cultura y el conocimiento nos llevan a la inteligencia, a no dejarnos engañar por la retórica de los políticos profesionales”. Opuesto al intervencionismo político en el mundo del arte y a la frecuente politiquería a espaldas del pueblo, expresó con claridad sus ideas al respecto: “No me interesa la política más que como medio de lograr justicia y libertad”. Tolerante con las ideas de los demás y respetuoso con sus creencias, la fraternidad inspiró su vida. Por su sencillez en el trato, su amor a la naturaleza y su afecto hacia los otros (alumnos, compañeros, vecinos y amigos), llamé a Cristóbal “comunista franciscano”. Y sigo pensando que no era una mala definición.

“El arte es el cauce para internarse en la vida”

Francisco Giner de los Ríos en un instructivo escrito sobre el arte lo situó más allá de la representación de la belleza, distinguió en él lo bello y lo útil, y ensanchó su horizonte conectándolo con la vida. “La vida toda nos aparece como una obra artística, desde que la concebimos y realizamos, no en el informe y confuso laberinto de contrarios accidentes… sino como el régimen libre, discreto, bien medido, firme y flexible a la vez de nuestra conducta en todas las relaciones”. Por eso, consideraba a Kant, artista del pensamiento, a Beethoven, artista de la música, y a Washington, artista del derecho en la sociedad. Tras analizar las relaciones entre cuerpo y espíritu, entre individuo y sociedad, y entre nosotros y la naturaleza dentro de una estructura humana psico-física, extendía la esfera del arte al conjunto del mundo. “Propende nuestra alma a unirse, en medio de sus límites, con todo ser, a conocer y sentir toda verdad y belleza en el mundo físico, en el espiritual, en el de la sociedad humana, en el universo, en fin, y sobre el universo en Dios”.

La Fresneda.

La Fresneda. / Cristóbal Aguilar

Antonio Machado, por su parte, advirtió que el arte necesitaba que sus raíces ahondaran y se extendieran por todo el campo de la cultura humana. El objeto del arte no debería ser “una segunda elaboración de los productos ya elaborados por el arte”, sino una actividad “esencialmente creadora, original, inventiva, que transforma en arte lo que no es arte, como la abeja hace miel del jugo de las plantas”. Para él “el Arte es ante todo creación; no es un jugar, es un hacer; no es juego supremo, sino trabajo supremo, creativo, original”. Trazó como meta final del artista mirar sobre todo “a la naturaleza y a la vida”. Un sabio consejo que Cristóbal siguió a lo largo de su existencia.

En el acto de nombramiento como hijo adoptivo de Ronda, celebrado en junio de 2006 y al que tuve el honor de asistir, Cristóbal pronunció un discurso, algo inusual en él, que refleja bien su concepción del arte y su posición como artista. En él nos detendremos.

El naturalismo se trasluce en su descripción de la experiencia artística. “El ver precede al pensar. La luz nos permite ver. Es el elemento que permite que exista el paisaje”. Pero éste, con su específica luz y dentro de un relieve físico y una vegetación concreta, no es algo ya dado sino algo a recrear por el artista. “La naturaleza reflejada por el arte transmite el propio espíritu del artista, sus predilecciones, sus gustos y por tanto sus más sinceras emociones. En definitiva, son lugares para descansar y recuperar la armonía del alma”.

Y es que el arte, como veíamos en Machado, era para Cristóbal ante todo creación. “Se trata de hacer una obra creativa y no meramente imitativa. Se trata de hacer de la naturaleza un lugar para la emoción y el sentimiento íntimo”. Se producía para él un proceso de interiorización mediante el que contemplar el mundo sensible, lo que él llamaba una «luz interior» donde confluían las emociones, “la luz del sol y las sombras que proyectan los árboles, el aire que mueve las ramas y los tallos delicados de las plantas y las flores”.

Encontramos también en él una reelaboración del lema clásico Ars longa, Vita brevis, donde advertimos el eco de Giner y hasta de Horacio. “El arte es un poco más dilatado que la vida, es una exaltación de la vida. Por ello es necesario un grano de locura. La vida es también mirar el mundo en su complejidad y descubrir lo sagrado en lo cotidiano”.

No concebía situar el arte al margen de la naturaleza y de la vida: “El arte no puede obviar a la naturaleza ni a la vida”. Renacía así en él el pensamiento de Machado cuando anotó en su proyectado discurso de ingreso en la Academia de la Lengua: “El genio calla porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida”. Sin embargo, asumía, y a eso se atuvo siempre, el rechazo a la mercantilización del arte, cuando, como escribió nuestro filósofo del exilio Adolfo Sánchez Vázquez, “la obra de arte se convierte cada vez más en mercancía, y el arte se vuelve una rama de la actividad económica”, lo que Cristóbal llamaba con ironía “el arte de los negocios”.

Espigando en su discurso, aparecen en él una serie de sentencias o máximas que nos muestran una mente filosófica, nada sorprendente en un hombre que gozaba del silencio, de la contemplación de la naturaleza y de su propia reflexión. Veamos algunos ejemplos:

  • “La belleza es el esplendor del orden”.
  • “La misión del arte en general no es hacer la paz, el Arte es Paz”.
  • “Un lugar propicia la experiencia del ser y los principios del pensamiento y la existencia”.
  • “Dios está en los detalles y hay que buscar por todas partes”.
  • “La naturaleza posee una grandeza y una profundidad dignas de ser contempladas con ojos estéticos”.
  • “¿Cuándo vamos a cuidar la Tierra? ¿Cuándo vamos a ser sus jardineros?
  • ¿Perderemos el valor del corazón del hombre?
  • “Por mis hechos me conoceréis”.
En la trilla

En la trilla / Cristóbal Aguilar

Echando la vista atrás, al valorar sus largos años como profesor de Instituto donde una generación de estudiantes de Ronda y Sevilla aprendió dibujo, así como las técnicas que conforman las artes plásticas, recordó el fin último de su enseñanza: él era “ese profesor que quiso llegar a la libertad por la cultura, por el camino de la estética y a través de los ojos abiertos por los que se alimenta el espíritu, como el árbol se alimenta por sus raíces y hojas”.

La reforma moral e intelectual que propugnaba la Institución Libre de Enseñanza con la educación como base de la renovación de España fue el suelo nutricio en el que se desarrolló su genio artístico y su talento como maestro. Giner de los Ríos que había impulsado la introducción en las escuelas de la gimnasia, los trabajos manuales y las excursiones, había añadido a esas nuevas tareas el dibujo, del que observaba con tino “que tan maravillosamente despierta el espíritu de observación y el amor a la Naturaleza y al arte”.

Yo también aproveché su magisterio como alumno libre cuando me sirvió de guía por la Sevilla popular y me descubrió las antiguas mezquitas almohades escondidas en las iglesias, el encanto de la Alameda de Hércules, la gracia y la historia de Triana, los escondidos rincones de la ciudad, sus viejas tabernas. En esos inolvidables paseos Cristóbal era saludado fraternalmente por vecinos, compañeros y amigos.

Modesto hasta el final, afirmó: “Sólo conozco mi oficio”. Nos legó, sin embargo, una obra digna de admiración, un testimonio civil ejemplar al servicio de la sociedad andaluza, un modelo de vida basado en el amor a la libertad, la laboriosidad, el espíritu de justicia, la solidaridad y la amistad. Ronda y Sevilla lo han honrado difundiendo su legado pictórico y al hacerlo, se han honrado a sí mismas en uno de sus mejores hijos. Espero que Málaga también acoja y difunda su legado artístico producido en su mayor parte en Ronda y su Serranía.

“El arte -escribió- es el cauce para internarse en la vida y hay que seguir por esa senda”. Intentaremos seguir ese río de luz que Cristóbal nos abrió. Su ejemplo nos servirá de inspiración. Y gozaremos del arte de este andaluz singular no olvidando nunca ni su obra ni su vida.

*Andrés Martínez Lorca es catedrático Emérito de Filosofía y académico de número de la Academia Ambrosiana de Milán